Capítulo 6
El Hogar de Jonatan
––No, no puedo hacer esto, realmente no puedo. Que me
perdone pero no puedo… no puedo, no.
Joaquín no dejaba de llorar, seguramente habían pasado
dos minutos pero para mí era una vida. El niño estaba rojo, se retorcía
desesperado en su cuna y apretaba los puños mientras gruesas lágrimas bajaban
por sus coloradas mejillas. ¡Lloraba como si lo estuvieran matando! ¡¿Qué se
suponía tenía que hacer para calmarlo?! Ya le había cambiado los pañales, ya lo
había alimentado, lo había hecho repetir y todo cuanto se suponía tenía que
hacerse, pero Joaquín ¡no paraba de llorar! Había agarrado el teléfono y
esperaba a que Antonella me atendiera, que se lo llevara, eso iba a decirle y
de camino que eso de la paternidad no era lo mío si los primeros días que tenía
al bebé no hacía más que provocarle un llanto desgarrador… ¡pero Antonella no
atendía el puto teléfono!
Joaquín lloraba, lloraba y ¡lloraba! Era una cosa de
nunca acabar. Dejé el teléfono a un lado y me apoyé en los bordes de la cuna
observándolo.
––Joaquín, ¡Joaquín! ––lo llamé al borde del mismo
ataque de llanto, al menos íbamos a chillar los dos sin entendernos––. ¿Qué
querés, por dios? ¿Qué te pasa?
Por supuesto no iba a obtener respuesta, pero al menos
esperaba cierta… reacción diferente, pero sólo obtuve un grito que casi me
perforó los tímpanos. Me estaba desesperando, los gritos eran desesperantes
porque ¡no sabía qué más hacer! Así que tomé una decisión, lo cargué en brazos,
quizás le dolía algo o estaba enfermo, entonces lo que quedaba era llevarlo a
la guardia del hospital… sí, eso, no quedaba otra opción.
Con el niño en brazos salí del departamento a esperar
el ascensor, dentro del pasillo los llantos hacían eco y retumaban en mi
cabeza, ganas de llorar no me faltaban.
––Dale, la concha de la lora, daleeeeeee ––mascullé
apretando repetidas veces el botón.
Cuando las puertas metálicas se abrieron me encontré
de frente con un sorprendido Aryan, y parte de toda la angustia que sentía se
fue en ese instante.
––Ary… ––suspiré y lo abracé con la mano libre, seguro
Joaquín le estaba perforando el tímpano al estar así de pegados pero… yo
necesitaba ese abrazo.
––Jony, ¿qué pasa? ¿a dónde ibas?
––¡A la clínica! ––contesté desesperado.
––¿Por qué? ¿Qué tiene?
––¡No sé, pero no deja de llorar!
Aryan me miró confundido, como si le estuviera diciendo
tremenda locura. Luego suspiró y negó con la cabeza, me hizo un gesto y le
entregué a la sollozante masa que era mi hijo… dios, mi hijo, tenía un hijo.
Regresamos al departamento, esperaba ver que Aryan
hiciera algo que yo no había intentado pero sólo se quedó de pie en medio del
living meciendo y consolando a Joaquín. Lo escuché cantar por lo bajo una nana
y dejarle besos en la frente al bebé, pero Joaquín no paraba de llorar.
Me llevé las manos a la cabeza tratando de controlar
una ansiedad que iba en ascenso conforme los minutos y lloriqueos de Joaquín
escalaban, no supe cuánto pasó hasta que finalmente los gritos se detuvieron y
sólo quedaron unos gemidos bajos, resabios de la histeria previa. Joaquín
reposaba su cabecita en el hombro de Ary y se aferraba casi por su vida a la
ropa de este.
––¿Cómo… hiciste? ––pregunté maravillado desde el
sillón.
––Con paciencia ––me sonrió frotando en círculos la
espalda de Joaquín, y seguramente mi cara de horrorosa confusión fue tal que le
hizo reír despacito y proceder con su explicación––. Extraña a su mamá, por eso
llora. Es pequeño, pero los bebés perciben muchas cosas, son cositas totalmente
sensoriales. Estando aquí no conoce los olores, sonidos, voces, nada. Echa de
menos a su mamá y a su casa.
Abrí la boca y la cerré cuando me di cuenta de que iba
a decir algo totalmente a la defensiva. Iba a defenderme de que mi propio hijo
no se sintiera a gusto en mi casa/departamento. Pero aunque Joaquín fuera muy
pequeño, lo cierto era que no nos conocíamos ni hace una semana, era un bebé, sí,
pero… se daba cuenta de cosas tan básicas como que hacía dos días que no
escuchaba la voz de su madre o sentía su olor. Me froté la cara con cansancio.
––Y vos te diste cuenta de algo tan básico… y yo que
soy el padre no.
––Jony ––me sonrió con dulzura mientras se sentaba a
mi lado––. Aquí parece que ustedes no acostumbran a los trabajos de verano,
pero en España sí. Y la mayoría de mis trabajos desde los catorce fue cuidar
niños pequeños, incluso bebés más bebés que Joaquín. Sus madres tenían que
trabajar y yo los cuidaba, y al principio me pasaba lo mismo que a ti: el niño
lloraba sin consuelo y yo no sabía qué hacer. Pero es cuestión de tiempo y
práctica, estoy seguro de que antes de Joaquín nunca cuidaste de un bebé.
––No, bueno… de mi hermana más chica, pero era mi
hermana.
––Exacto, en tu propia casa y con sus cosas. Joaquín
tiene que conocerte, dale y date tiempo.
Suspiré y asentí… pero no estaba convencido. Sentía
que todo ese asunto de la paternidad no era lo mío. Había estado completamente
seguro de hacerme cargo de la situación, porque un bebé claramente se hacía de
a dos, no importaba que yo no hubiera sido consciente de su existencia.
Antonella me había dado a elegir y yo había optado por aceptar a Joaquín,
porque todo niño merecía una figura paterna… pero ya no estaba seguro y me
sentía miserable por eso, me sentía un cobarde y un inepto.
Aryan pareció darse cuenta pero no me forzó a hablar
más del tema, simplemente se levantó y fue a dejar a un dormido y cansado bebé
a la cuna. Yo me quedé en el sillón, pensando, odiándome y sintiéndome
totalmente incapaz. No era sólo sentir que no servía como padre, que no tenía
madera para el trabajo, sino que el niño no me quería. Yo también lo había
sostenido un buen rato en brazos tratando de calmarlo, pero Aryan había sido
quien lo tranquilizara. Quizás Joaquín simplemente no se sentía bien conmigo,
quizás no quería estar conmigo por algo en mi cuerpo, mi olor, mi energía o
quién sabe qué cosa que los bebés eran capaces de percibir.
Aryan regresó del cuarto y se sentó a mi lado, busqué
su mano y entrelacé nuestros dedos. Ary recostó la cabeza en mi hombro.
––Date tiempo ––dijo en voz baja.
––¿Y si no sirvo para esto? ––me atreví a decir––. ¿Y
si Joaquín no se acostumbra a mí o no me quiere? Ary… Yo no…
Me apretó la mano y sentí deseos de echarme a llorar
como un niño, de hacerme un ovillo contra él y llorar sin más, sin dar explicaciones
ni querer pensar. La idea de que le estaba fallando a mi hijo era una cosa,
pero la idea de que era padre volvía para abrumarme. No quería pero de vez en
cuando me asaltaba el sentimiento frustrante de que yo no había pedido eso, que
no estaba listo, que necesitaba tiempo y espacio, que era una responsabilidad
demasiado grande pero que a la vez no podía arrepentirme. Arrepentirse, negar a
un hijo era demasiado terrible, era espantoso, era lo peor que podía cargar en
mi conciencia.
––Jony ––me llamó con firmeza sujetándole de la nuca
para que lo viera––. No eres un mal padre, apenas si estás empezando a serlo.
Joaquín te amará, ya verás.
––¿Y si yo no quiero esto, Aryan? ¿Y si yo no quiero
ser su papá?
Esperé por su expresión de horror, esperé por la
decepción y el espanto, esperé por el peor castigo que podría esperarme: que
Aryan encontrara que no era la gran persona que creía. Pero él simplemente se
encogió de hombros y me dio un beso en los labios.
––Entonces le dirás a Antonella que esto no es para ti,
que lo has intentado pero no se te dá. Le dirás que ahora no estás listo y que
quizás dentro de unos años puedas reencontrarte con Joaquín. Mejor ahora que es
sólo un bebé y no va a recordar nada de todas formas.
Cerré los ojos con fuerza y Aryan me abrazó.
Quizás era yo mismo quien estaba más decepcionado. Yo era
alguien que había tenido una relación muy cercana con mi padre, mi padre lo era
todo en el mundo y sabía la necesidad e importancia de tener a alguien así en
la vida… y estaba allí, siendo incapaz de darle lo mismo a mi propio hijo.
Esa noche me fui a dormir con Ary sintiéndome la peor
persona sobre la faz de la Tierra.
Antonella necesitaba una semana para poder preparar un
final que hacía tiempo arrastraba, por eso me había pedido si podía cuidar a
Joaquín en ese tiempo, de paso nos servía como prueba piloto… que no estaba
yendo tan bien. La intención de ella era buena, tranquilamente podía haber
dejado el bebé con sus padres y de hecho ellos lo preferían así, pero no, dejó
a Joaquín conmigo para darme ese prueba, esa oportunidad. Yo no la estaba
disfrutando ni aprovechando.
Dependí de Aryan todo el tiempo, cuando Aryan no
estaba en el departamento trataba de que Joaquín estuviera dormido o al menos
darle de comer, la perspectiva de quedarme solo otra vez con un bebé que podía
echarse a llorar sin control era terrorífica. Me sentía un desconocido con
Joaquín, me sentía un niñero más del montón sin conexión alguna con el niño.
Hasta que un día Aryan no pudo quedarse por la noche.
Estuvo todo el día en mi departamento, me ayudó con
Joaquín hasta ponerlo a dormir en la cuna, pero tenía que regresar al
departamento con Mía para ponerse a estudiar. No podía exigirle que se quedara
en caso de que Joaquín se despertara en medio de la noche, aunque ganas no me
faltaban, era como quedarme en casa con una bomba de tiempo. Aryan necesitaba
sacar materias igual que Anto, ambos se debían tiempo a sus vidas y carreras, y
yo… y yo quería ser egoísta y pedirles que no me dejaran solos con un bebé con
quien no tenía relación más allá de la sangre.
Ary dejó a Joaquín ya dormido, me sentí un tanto
culpable pues mi cara de desamparo total fue lo que le hizo quedarse más de la
cuenta. Y admito que al momento de acompañarlo a la puerta me comporté un tanto
más meloso de lo que correspondía, no me gustaba esa parte de mí, esa parte
manipuladoras, mucho menos con Aryan.
––Vas a estar bien ––se rió él finalmente cuando pudo
escapar de mis besos––. Es un bebé, no una bomba atómica.
––Creo que prefiero la bomba ––suspiré avergonzado.
––Jony, te quedan dos días. Ya después puedes
reconsiderar todo esto, hablar con Anto y… listo. ¿De acuerdo ¿Te veo pasado
mañana?
––Sí, gracias.
Lo dejé ir y me revolví el cabello. ¿Y listo? Qué mal
me sentía, qué mal me sentía por Joaquín teniendo al peor padre del mundo. ¿Era
tan simple como “y listo” terminar la paternidad? Un padre no era el que
engendraba, era el que criaba y acompañaba, así que de un día para el otro
podía dejar el título y no habría problemas porque el niño era tan niño que no
tendría la capacidad de recordar mi breve presencia. Sonaba espantoso, y sin
embargo con toda la vergüenza del mundo tenía que admitir que… quería hacer
eso.
Regresé al departamento, estudié por mi cuenta y me
dediqué unas buenas horas a una composición que estaba intentando. Quería escribir
una canción y estaba entre melodía y letra simultáneamente con la guitarra (muy
bajo, por supuesto). Cuando me cansé, me hice una modesta cena y me fui a la
cama tratando de hacer el menor ruido posible, si todo salía bien iba a
sobrevivir a esa noche.
Estaba preparado para el momento en que Joaquín se echó
a llorar, al menos podía reconocer cuando lloraba de hambre. Le hice la leche,
lo alimenté, le cambié el pañal y lo metí de nuevo a la cuna… pero el llanto
siguió. Aryan me había advertido de eso, que podía suceder que pese a los días
vividos allí Joaquín se diera cuenta de repente que no estaba en su casa con su
mamá, podía suceder que tuvieran esos momentos de susto y llorara por eso, y yo
tenía que tener paciencia. Lo intenté, tuve paciencia pero era difícil mantener
la compostura con un bebé que llora desquiciado y son consuelo a las dos de la
mañana.
“Esto no es para
mí, no sirvo para esto, no sirvo para él…” pensaba dando vueltas de un lado
a otro con un lloroso Joaquín en brazos. Pensaba que si no podía ser para él lo
que mi papá había sido para mí… ¿qué sentido tenía que estuviera en su vida? Si
no podía ofrecerle lo que yo mismo había recibido de mi padre, si no podía
transmitirle algo de todo eso… ¿qué? Más que nada porque él era… un bebé, se
sentía como un bebé ajeno y no como mi hijo, no como alguien que de alguna
manera era parte de mí. Era mortificante tener que reconocer (al menos a mí
mismo) que no sentía nada por ese niño, y seguramente el sentimiento era mutuo,
su llanto lo demostraba.
––Joaquín, por favor ––supliqué, cansado y con una vergüenza
que no tenía límites––. Callate, cállate de una vez.
Yo no servía para eso, no servía para ser padre, no
servía para transmitir lo que mi papá me había dado, no servía para Jaoquín… y
Joaquín tampoco servía para mí. Finalmente lo hice, cedí, ya fuera porque
estaba cansado y asustado o porque el llanto del niño me quebró, pero me eché a
llorar en silencio. Presioné los labios contra la cabecita que portaba mi mismo
color de cabello y me dejé caer en el sillón. Y lloré, lloré de frustración y
cansancio, lloré porque no tenía nada que me ayudara, no tenía nadie que me
sacara de ese apuro y lloré de vergüenza… de la vergüenza que me producía no
poder ser para Joaquín lo que mi papá había sido para mí, lloré sintiéndome un
fracaso, una mala persona, un desagradecido y un idiota, un inútil. Eso era ser
poco hombre, ESO, el no ser capaz de responder ante tu propio hijo.
Y entonces me di cuenta de algo… Joaquín ya no
lloraba, suspiraba apenas y se le escapaban algunos gemidos, residuos de su
llanto histérico. Sus deditos no apretaban mi ropa, sino que se movían despacio
y con cuidado sobre mi cuello.
––Lo único que faltaba, que vos me tengas que consolar
––me reí despacio frotándole la espalda–.
Fue… un quiebre entre los dos, una especie de tregua.
No sé explicarlo y nunca lo sabré, pero esa conexión que nos faltaba de repente
apareció.
––¿Extrañás a tu mamá? Yo extraño a Ary, pero tenemos
que aprender a vivir un ratito sin ellos. Si vos no llorás te prometo que yo
tampoco lloro.
––Babababa ––masculló el bebé.
Sonreí y le besé la mejilla húmeda. Me levanté y fui a
recostarme en la cama, acomodé a Joaquín sobre mi pecho y pareció estar más
cómodo que en su cuna. Usó uno de mis dedos como chupete, y mientras yo le
frotaba la espalda se dedicó a balbucear. Yo hablaba, le contaba algo y cuando
emitía una pregunta, Joaquín respondía a su manera y en su extraño lenguaje de
bebé. Pero no se dormía, yo temía dormirme con él encima y rodar en algún
momento de la noche.
––¿Y un cuento? ¿Querés un cuento? ––le propuse, lo veía demasiado despierto––.
Vamos con… em… bueno, este se llama “La botella y el mendigo”.
»–¿Por qué siempre yo? ¡Todo yo!
Era casi su frase más usada, a los trece años el
repertorio de Ian consistía en cincuenta insultos y en aquella cansina frase
que últimamente repetía demasiado cuando sus padres lo enviaban a comprar algo.
En este caso una botella de coca cola para acompañar en el almuerzo.
Refunfuñando, Ian llegó hasta la tienda, pagó al
encargado y se preparó para regresar triunfante a casa con la botella fresca de
dos litros.
–¡Oye niño!–llamó un mendigo colocándose enfrente–.
¡Oh! Lo veo, lo veo claramente. Eres el elegido, el poder del universo se mece
en tus manos aun inmaduras.
–¿Ah? ¿Qué?
–¡Pero es que no lo ves! Debes aprender y salvar al
mundo. Tú debes hacerlo ¡con esto! –entregó al chico un librillo de pocas
páginas–. Debes aprender de la Palma Budista.
–¿Por qué yo? ¡Todo yo!–se lamentó tomando lo que se
le ofrecía en vista de que no sabría deshacerse del mendigo de otra forma–. ¿Y
ahora?
–Hunde el rostro en el papel y la mente en el
conocimiento.
¿Qué otra quedaba? Sumergió el rostro entre las
páginas del librucho.
Y entonces lo menos pensado sucedió... como si el
armario que llevaba a Narnia estuviera allí ¡¡se vio transportado a otra
dimensión!! Aterrizó en un inmundo charco de agua en lo que parecía un barrio
de muy mala muerte. Adolorido por el golpe, Ian se levantó aun sosteniendo la
botella de coca, miró alrededor asustado y desconcertado por lo que había
ocurrido. De repente, aparecieron a su lado dos chicos.
–Emm... hola, creo que estoy perdido, ¿podrían...?
–¡¡Eh loco!! ¡¿vo so loco o qué?!
–¡¿Qué? No, yo no...
–¡Si no te guta la Mona no so nadie loco! –bramó el chico revoleando
una mano frente a Ian.
–¡¡¿Qué?!!
–Vo sólo seguí el camino amarillo ¿viteh? Ese que es
así como amarillo.
Y actuando de repente como si el niño jamás hubiera
estado allí se distrajeron y enfocaron en aporrar a un sapo que como ellos...
había salido de la nada.
–¿El camino... amarillo? –repitió Ian presionando el
envase contra su pecho–. ¿En dónde estoy?
Aun sin comprender se subió a la vereda extrañamente
pintada de amarillo en su totalidad y empezó a caminar. Veía cosas extrañas
mientras avanzaba, como el número diez saltando por las calles y estas
recibiendo los cadáveres de una rata amarilla parlante que caían sin cesar. De
repente, Ian se vio inmovilizado por un hombre gigantesco que le colocó un arma
de proporciones ridículamente gigantescas en la cabeza.
–¿Has visto alguno? –preguntó mirando al chico a
través de sus lentes oscuros.
–¿Q-qué... co-cosa?
–¡Un Pikachu!
–¿Un Pikachu? –repitió Ian mirando hacia la calle–.
¿Uno de esos?
–Sí, sí sí, de esos que dicen pika pika. ¿Has visto
uno?
–Eh... ¡sí! se fue por allá –mintió señalando vereda
abajo.
–Perfecto, hasta la vista baby. I will be back.
El hombre salió disparado a su grandiosa cacería del
bicho amarillo. Ian no sabía si reír o llorar, pero mientras más pronto saliera
de allí, mucho mejor. Y hubiera seguido por el camino amarillo de no ser porque
ya no tuvo suelo bajo los pies... ¡Y CAYÓ! Irremediablemente por un imprevisto
vacío. Gritó y pataleó en el aire ante la próxima y dolorosa muerte que le
esperaba, pero de repente cayó en algo blando y suave, al abrir los ojos notó
que volaba en una nube amarillenta que se desplazaba con un cómico sonido.
–¿La... la nube voladora? –dijo al borde de la
histeria–. ¿Cómo... es posible?
–Lo posible depende de la Fuerza en cada uno para
lograrlo.
Ian ahogó un grito al ver a un enano, orejón y verde
sentado a su lado. Aquella enana criatura verde y casi calva de orejas
puntiagudas estaba allí... a su lado... en la nube voladora... definitivamente
tenía que salir de allí.
–Es cortesía ofrecer a tus invitados, hijo mío.
Ian notó que aun llevaba abrazada la botella.
–¡Ah! Es que... perdón, es para el almuerzo.
–Entonces se acaba el paseo, querido padawan.
Antes de poder preguntar algo, su cuerpo traspasó la
nube y cayó nuevamente sin remedio. Pero esta vez no fue un sucio charco el que
lo recibió, sino una mullida y cómoda cama. Se frotó la cabeza ya resignado a
sentir confusión. ¿Cuántas veces podía caer alguien en una dimensión o… lo que
fuera desconocida?
–¿No piensas ofrecerme un poco de tu bebida, tigre?
Aquella sensual y provocadora voz venía increíblemente
de entre las piernas del niño. Allí inclinada y con una mano que desinhibida bajaba
el cierre de su pantalón, una exuberante rubia de busto ridículamente
gigantesco se encargaba de manosearlo. Ian juraba haberla visto en algún
programa de cable corriendo por la playa en algún bañador rojo.
–¿Y bien, bebé? –continuó ella sin detener el sube y
baja de su mano–. ¿No me ofreces de tu líquido?
–Eh... ¿La coca?
–Claro, mi vida.
–Eh, perdón, pero no puedo... es para el almuerzo.
–Buu, que mal. Bueno, me conformaré entonces con lo
que salga de aquí.
Ian sintió que los colores le subían a la cara pero que la sangre se le acumulaba en otro
lugar más abajo. Cerró los ojos y disfrutó de lo único positivo de aquella
extraña dimensión. Sin embargo, lo bueno nunca dura. La puerta de la habitación
fue derribada abruptamente por varios soldados de naipe con lanzas seguidos por
una mujer de estrafalario vestido.
–¡¡Que le corten la cabeza!! –bramó ella señalando al
chico.
Uno de los soldados dirigió su lanza al cuello de Ian,
quien cerró los ojos esperando con parsimonia su final.
–¡NO!–detuvo la reina–. ¿Eres tonto? ¡¡La otra
cabeza!!
Señaló entre las piernas del chico (y no refiriéndose
precisamente a la rubia exuberante). Fue entonces cuando el niño saltó de la
cama subiéndose los pantalones como podía y esquivando naipes para llegar
finalmente a lo que era la puerta de salida.
Allí lo recibió una cegadora luz blanca, sintió que el
mundo se le daba vuelta, la cabeza empezó a dolerle y de la nada le llegaron
deseos de vomitar.
Sacó la cabeza de las páginas del librucho, tosió
frotándose los ojos que soltaban pequeñas lágrimas, se rascó la nariz y volvió
a toser, y entonces se dobló para vomitar un poco. Contempló aturdido la
sustancia blanca que se había quitado de la nariz y la poca que quedaba entre
las páginas del libro.
–¿Y bien, Neo? –sonrió el mendigo arrodillándose a su
lado–. ¿Te gusto el viajecito a la Matrix? La probadita era gratis, te doy una
bolsita entera por la botella de coca.
Ian se limpió la saliva del mentón y se puso de pie.
–Perdón, pero no puedo, es para el almuerzo.
Dio un empujón al hombre y se alejó corriendo. Después
de todo, le había negado la botella a Yoda y a Pamela Anderson, faltaba más
dársela a Morfeo.«
Me sentí el peor padre del mundo otra vez, pero en esa
ocasión fue por estar contando cosas que una criatura de esos pocos meses no
debería escuchar. Joaquín no entendía nada, por supuesto, pero parecía ser que
el sonido de mi voz, la vibración de mi pecho, la forma en que me reía o hacía
diferentes voces le agradaban. Se rió varias veces, se sacudió otras más, me
mordió los dedos, los apretó y comentó en otras ocasiones… y eventualmente se
quedó dormido. Podría haberlo levantado y dejarlo en la cuna pero… me encontré con
querer sostenerlo un poco más, me encontré deslizando los dedos por sus finos y
negros cabellos, delineando su pequeña nariz, besando sus ínfimos deditos y
sonriendo porque sentía un calor en el pecho que nada tenía que ver con el peso
que ejercía Joaquín.
––Me parece que te quiero, enano ––susurré besándole
la frente.
Nunca lo regresé a la cuna, me dormí con él sobre mi
pecho. Y desde entonces los dos días siguientes no fueron aterradores, quedarme
solo con Joaquín hasta se hizo una necesidad en donde no quería compartirlo con
Ary ni regresárselo a Antonella. Los meses siguientes fueron así.
~»¦«~
––Se anuncia a Terminal de Jujuy, horario 20:30 horas,
coche suit platinum. Plataformas desde la veinte a la veinticinco.
Asentí rápido, aunque más por inercia que por
comprensión cuando la mujer con voz monótona resaltaba con una lapicera los
datos del pasaje que acababa de sacar. Afortunadamente tuvo que repetir la
misma operación con el segundo pasaje, y en ese punto confirmé que todo estaba
en orden. Le agradecí y me guardé los dos boletos en el bolsillo trasero del
pantalón.
Las terminales nunca habían sido precisamente mis
lugares preferidos en el mundo, por más que fueran “lindas”, no me resultaban
agradables. Y la de Córdoba se ponía tan insoportable cuando llegaban esos
momentos de migración, o al menos yo los llamaba así. Siendo que gran parte de
la población que viajaba se componía de estudiantes de otras provincias, y con
la inminente cercanía de un feriado que iba a durar prácticamente una semana…
la terminal desbordaba de gente viajando desde ya, gente sacando pasajes y
demás.
Marzo se había pasado volando pese a que mi vida había
tenido tantos cambios. La relación con Aryan no podía ser mejor, realmente
estábamos en un momento de gran felicidad. Después de enfrentarme al monstruo
del calabozo, Mía, Aryan se había mudado conmigo. No tenía sentido que tuviera
sus cosas en otro departamento si se pasaba los días y las noches conmigo.
Después de un año era tiempo suficiente para que pasara a compartir algo más
que la cama conmigo.
Físicamente teníamos una intimidad novedosa donde
saltaban las chispas. Y aunque habíamos avanzado mucho en ese terreno y mi
cuerpo colaboraba al respecto, decidimos tomar las cosas con calma en ese
sentido, dejar que sucediera y fluyera como todo hasta ese momento.
––Mierda que estás pesadito, eh ––protesté mientras
comenzaba el lento y largo ascenso fuera de la terminal.
Ah sí, porque el otro enorme cambio en mi vida colgaba
desde mi espalda hasta mi pecho, cómodo y tranquilo en una cangurera. Joaquín
iba agitando sus rechonchos piecitos y estirando las manos hacia arriba para
tocarme la cara. Llevarlo de esa manera era una forma ridícula y molesta de
hacer ejercicio, pero me negaba rotundamente al uso del carrito. No, si había
algo que odiaba cuando iba apurado por el centro o por cualquier lugar, eran
esas madres lentas que empujaban sus carritos que cubrían la mitad de la vereda.
Por una cuestión de karma, no iba a hacer lo mismo.
Aún en esos días era raro ver a un hombre con un bebé
en una cangurera, o quizás era raro porque yo realmente era joven para ser
padre.
Desde que descubriera la existencia de Joaquín,
pasábamos juntos mucho tiempo. Era menos aterrador de lo que había pensado, y
eso considerando que Joaquín estaba conmigo día de por medio o a veces fines de
semana completos cuando Antonella necesitaba que le hiciera de niñera. Nunca me
había gustado la idea de ser uno de esos padres que veía a su hijo sólo una vez
a la semana, que Anto y yo no estuviéramos juntos no significaba que mi hijo no
iba a verme a diario.
Desde el momento en que había asumido que era mío,
pues era mío en todo sentido y estaba determinado a darle un padre decente y
presente.
Cada vez que salía con Joaquín en brazos pasaba lo
mismo: la gente miraba a mi bebé, luego a mí y una enorme sonrisa brillaba en
sus rostros, especialmente en las mujeres.
––Y bueno, son siete kilos de pura sensualidad ––susurré
contra los cabellos finos de Joaquín mientras le tomaba una manito.
Se rió. La primera vez que lo escuché reír sentí que
un escalofrío corría por mi espalda, al principio no estaba seguro si me
horrorizaba o me encantaba, pero lo que era seguro era que realmente me
producía algo. Con el paso de pocos días, el niño había calado en mí, era parte
de mí y de mi vida, de toda mi vida.
Mi familia se había tomado la noticia de dos maneras
muy opuestas, unos estaban horrorizados y otros estaban saltando de felicidad,
entre estos últimos Héctor y mi mamá. Mi hermana menor estaba muy contenta y
las otras dos no podían creer mi torpeza a la hora de embarazar a Antonella.
Claro que, cuando hicimos una video llamada desde la computadora con Joaquín en
mi regazo, la miel casi podía traspasar la pantalla y embadurnarme todo el
teclado. Todos amaban a Joaquín y morían por conocerlo. Pero tiempo al tiempo,
primero viajaríamos Aryan y yo, y luego llevaríamos a Joaquín.
Mientras caminaba por esa endemoniada subida para
regresar a Nueva Córdoba, pensaba con temor que mi vida se encontraba con una
estabilidad envidiable. Joaquín no era un problema para Aryan, no se sentía
triste ni estaba enfadado, y todo era gracias a que la relación con Antonella
estaba bien… aún a mí me sorprendía lo maduros que estábamos siendo al
respecto. Anto no me aceptaba ni un peso por más que todo fuera para Joaquín,
decía que lo que quisiera comprarle se lo comprara, y como de todas formas
pasaba día de por medio conmigo, ya lo estaba alimentando. Ella no quería que
pasara dinero entre nosotros con el bebé como intermediario, y tenía razón, así
era como la gente terminaba usando a los hijos como botín de guerra.
Aryan me ayudaba con Joaquín y el bebé lo adoraba.
––¿Querés que vayamos a buscar a papá?
Me detuve en seco mientras sostenía el celular en la
mano, consciente de repente de lo que había dicho… inconscientemente. Negué con
la cabeza y decidí no darle importancia, tanto cavilar sobre paternidad y demás
me estaba llevando a ver padres por doquier. Simplemente apreté en el contacto
de Aryan y esperé.
––¿Jony? ¿Todo
está bien?
––Re bien ––le contesté poniendo el altavoz para que
Joaquín lo escuchara––. Estamos volviendo de la Terminal, ya tengo los pasajes.
––¡Qué bueno! Yo
estoy por entrar a clases, tengo una hora más y termino.
––Te pasamos a buscar ¿querés?
––¿No te queda a
trasmano?
––No importa, Ary ––sonreí.
––Ayiiiii ––exclamó Joaquín dándole una palmada al
teléfono, casi consiguiendo que se me cayera de la mano.
––¡Hola,
Joaquín! Vale, vengan a buscarme. Prometo no salir tarde.
––Nos vemos.
Suspiré, guardé el celular y retomé la caminata.
Ciudad Universitaria me quedaba literalmente en el otro extremo y era todo
cuesta arriba, pero quería ver a Aryan y especialmente ir a buscarlo a su
facultad que en realidad estaba frente a la mía.
Hice una pausa en Plaza España, desde la Terminal
hasta allí habían sido casi ocho cuadras grandes y cuesta arriba. Me quité la
cangurera por un momento y senté a Joaquín en mi regazo mientras, saqué de la
mochila su biberón vacío y un termo con jugo frío, llené una cosa con otra y se
lo di al bebé.
Acunándolo en mis brazos mientras lo hidrataba,
Joaquín sonreía cada tanto y me miraba con sus grandes ojos verdes… tan verdes
y tan míos. Le sonreí en respuesta. Había aprendido a quererlo rápidamente y
Joaquín se hacía querer. No era un bebé escandaloso ni demandante, y de hecho
era muy despierto para su edad. Me hacía fácil la tarea y el aprendizaje de la
paternidad.
Le quité el biberón, guardé todo y volví a cargarlo en
la cangurera para seguir camino hasta la universidad. Por momentos pensaba que
no me agradaba que Joaquín se estuviera criando en una ciudad tan ruidosa y
atestada de gente, pero luego pensaba que si en casa las cosas eran tranquilas,
entonces todo estaría bien. Había días en que consideraba seriamente pedirle a
Anto que se mudara a un departamento en el mismo edificio que yo, por una
cuestión de practicidad y seguridad para el bebé. Pero Aryan tenía razón cuando
me decía que era mejor dejar pasar el tiempo y esperar a esos días en que
Joaquín ya no fuera un bebé, sino un niño que nos haría saber con qué estaba
cómodo y con qué no.
Unos quince minutos de caminata después, las
endemoniadas subidas llegaran a su fin y estábamos en ciudad universitaria.
Tuve que consultar los horarios y entonces me encaminé hacia las aulas D, en
donde Aryan tenía sus clases. Ciudad Universitaria era realmente un campus
enorme lleno de edificios. Había bloques enteros de puras aulas donde variadas
carreras tenían sus clases. El edificio de las aulas D parecía una nave
espacial a mi parecer, no era el clásico rectáculo con grandes ventanas, no,
sino que se erguía en un ángulo diagonal muy extraño tras sus tres puertas de
cristal. Mientras que un patio de losa se abría por delante y a los lados era
rodeado por grandes vigas de hierro que no cumplían ninguna función más que ser
decorativas.
––Estamos en la Enterprise ––le dije a Joaquín
mientras volvía a quitarme la cangurera.
Me estiré hacia atrás adolorido y haciéndome tronar la
espalda… cosa que se sintió muy bien.
Pasé unos minutos simplemente disfrutando del aire
fresco y la calma, aunque por momentos tenía que torturar mi espalda nuevamente
al sujetar a Joaquín por los bracitos y llevarlo a caminar.
Cuando la gente comenzó a salir a raudales del
edificio, volví a sentarme con mi hijo sobre las piernas. Los estudiantes
pasaban embobados mirando a Joaquín, algunas chicas lo saludaban y él respondía
con risitas. Pero la verdadera fiesta fue cuando Aryan llegó. Joaquín amaba a
Aryan, tanto que casi saltó de mis piernas para ponerse de pie y estirar los
brazos hacia él.
Al principio Aryan podía no saber nada de cómo cuidar
de un bebé, igual que yo, pero llevaba la paternidad en la sangre. Sabía cuándo
Joaquín necesitaba algo, sabía exactamente cuándo el niño no estaba cómodo y
tenía esa conexión, ese vínculo que se formaba con miradas y que hacía que el
bebé se le quedara mirando embelesado, que se durmiera en sus brazos o que le
prestara atención.
––¡Hola! ––sonrió Ary cargándolo contra su pecho––.
Hola, príncipe.
––Ayiiiii ––se rió el bebé mientras acariciaba el
rostro de Aryan.
Lo vi besarle la nariz a mi hijo y sentí una calidez
increíble expandiéndose por mi pecho.
––¿Y para mí no hay beso? ––demandé poniéndome de pie.
––Para ti siempre hay beso ––me contestó acercándose a
darme un beso en los labios.
Poco a poco la confianza de tener ciertas
demostraciones en público iba apareciendo. A mí no me molestaba y era algo que
hacía normalmente, a Ary le costaba un poco, pero estaba venciendo esas
estúpidas barreras sociales.
––Toda una familia ––habló alguien detrás de Aryan––. Tanto
tiempo, Jonatan.
Vi la incomodidad y repentina tensión en Aryan cuando
el mismísimo Pablo me tendió la mano. Pablo… el ex de Aryan. Supongo que muchas
ideas pasan por la mente de cualquier persona en mi posición, pero lo primero que se me vino a la
cabeza fue “¿Qué carajo hace este pelotudo acá?”
––Perdón, vine a acercarle unos libros a Aryan ––agregó
el muy idiota enseñando los mencionados libros.
––Sí, genial, borrate ahora ––le espeté sin tacto
alguno.
Pablo sonrió con esa displicencia de un adulto que
tiene que complacer a un niño, lo vi hacer el amague de saludar a Aryan con un
beso, pero sólo le palmeó la espalda y se marchó.
~»¦«~
––¿Se durmió?
––Estaba exhausto, pobrecito ––sonrió Ary mientras se
tendía sobre mí.
Le acaricié la cintura y suspiré ante su peso (casi
nulo) contra mi cuerpo. Se recostó contra mi pecho como tanto nos gustaba a
ambos, le froté la espalda y respiré hondo.
––Jony…
––¿Por qué no me dijiste que te hablás con él de
nuevo?
––Perdón ––susurró algo sofocado contra mi pecho––. Es
que… sabía que no iba a gustarte la idea. Siempre me llevé bien con él y ahora
que hablamos también, somos amigos. Dijiste que tenía que tener amigos.
––Sí… ––hablé lo más calmado que pude––. Pero es tu
ex.
Se separó y se sentó en la cama mirándome dolido.
––Hablas como si… fuera a engañarte o algo.
––No, pero tenés que admitir que el que me hayas
escondido esto es bastante jodido. Eso es tener cola de paja, Aryan. ¿Desde
cuándo tenemos secretos?
Miró a un costado y supe que había dado en la tecla.
Me rasqué la cabeza, era difícil discutir, hacía más de un año que no teníamos
una discusión propiamente dicha. Pero es que ver a Pablo me había parecido… tan
molesto. No era como si Aryan me hubiera engañado con él ni nada parecido, muy
al contrario.
––¿Te gusta?
Me azoté mentalmente. Para ciertas cosas tenía que
comenzar a trabajar en el tacto y en el filtro, pero venía rumiando el tema
desde la tarde y había aprendido a no esconderle las cosas a Aryan. Ambos
habíamos aprendido que era mejor ventilar esos miedos tontos que nos atrapaban
de vez en cuando, porque guardarlos no los acallaba, no, los hacía más y más
ruidosos.
––¿De dónde ha salido eso? ––me sonrió apoyando un
codo en la cama y la cabeza en la mano.
––¿Tan raro es que lo pregunte? ––me encogí de hombros––.
Me… me da la sensación de que es el tipo de hombre que te gusta, que te
conviene.
Aryan sonreía, y yo no sabía si esa era buena o mala
señal. Pero cuando se echó a reír con esa risa que le salía prácticamente del
alma, me calmé… hasta entonces no me había dado cuenta de lo nervioso que
estaba. Quizás porque estábamos tan bien en ese último mes, que estaba
aterrorizado de que las cosas fueran a complicarse repentinamente. Lo que era
perfecto podía desbaratarse con tremenda facilidad, y… más que celos de Pablo,
comenzaba a verlo como una amenaza a mi perfecta vida.
––Pablo me gusta como persona, pero no como hombre ––dijo
finalmente mientras me acariciaba los cabellos––. Tú… Jonatan, no eres
consciente de quién eres ¿verdad? Eres sincero, eres fuerte, eres sensible,
eres valiente. Eres capaz de dar la vida por otros, enfrentas tus miedos como
nadie puede hacerlo… eres tan aparatoso para decir lo que sientes ––rió
encogiéndose de hombros––, pero lo dices con una sinceridad que eriza la piel.
Eres transparente, cuando te veo a los ojos sé lo que te pasa porque no
escondes nada. Jony… eres maduro, eres mayor que yo y eres… eres tú. Perdona
por no haberte dicho, fue una tontería. Pero… no pasa nada con Pablo, es sólo
un amigo. Tú eres mi todo.
Sentí mi corazón acelerarse, había cosas de mí mismo
que claramente no sabía o no entendía, cosas que sólo Aryan podía ver. Y aunque
no me creía mucho de ello, mientras él se sintiera feliz... ¿qué podía decir
yo?
Le sonreí contento y lo acerqué para besarlo. Enterré
mi lengua en su boca y suspiré dentro de un beso cargado de afecto y seguridad…
era eso, seguridad. Lo estreché contra mi cuerpo y lo sentí estremecerse, así
que colé las manos bajo su camiseta para tocarle la piel directamente. Quizás…
quizás esa noche finalmente…
––¡Ayiiiiiiiiiiiii!
––Me estás jodiendo ––mascullé cortando el beso––. ¿No
estaba dormido?
––Parece que no. Ve, te toca.
––Te está llamando a vos.
Me dio un zape en la cabeza y se levantó para ir hacia
el otro extremo del cuarto, en donde supuestamente Joaquín dormía en su cuna.
Aryan lo cargó y lo trajo a la cama, llevaba puesto su pijama enterizo, verde y
con una capucha que tenía orejas de oso. Idea de Anto y respaldada por Aryan.
––¿Vos también querés besos, rompe bolas? ––le
pregunté dejándolo recostarse en mi pecho.
Se rió, esa risita tonta e inocente de los niños. Se
acurrucó cual gato sobre mi pecho (usurpando el lugar de Loki) y allí se
relajó. Suspiré echando la cabeza hacia atrás, le acaricié la espalda, los
gajes de ser padre eran evidentemente un cliché muy cierto.
Aryan se recostó a mi lado, en ese hueco entre mi
brazo y torso. Le acaricié la espalda y lo contemplé, luego a Joaquín y
finalmente a él nuevamente.
––¿Sabés qué le dije a Joaquín hoy cuando volvíamos de
la Terminal?
––¿Qué será?
––Saqué el celular y le pregunté si quería que
fuéramos a buscar a su papá ––le confesé mirándolo fijamente a los ojos.
Vi la sorpresa reflejada en esas orbes celestes. Se
humedeció los labios, respiró hondo y se acomodó más contra mí. Claramente era
algo que nunca iba a decir delante de Anto. Por más que estuviéramos muy, que
estuviéramos siendo muy maduros y adultos por el bien de Joaquín, eso no
importaba. Antonella era su madre, y aunque fuera de mente abierta y totalmente
decente con respecto a su relación… no implicaba ser descuidado. Con lo mucho
que el bebé amaba a Aryan… no, no podía ser descuidado.
––Que… ehm… ¿qué futuro habías pensado para nosotros? ––me
preguntó Aryan.
––Antes de vos y de Joaquín… ––contesté mirando hacia
el techo, pensativo pero sincero––. Antes pensaba que no me iba a asentar
nunca, incluso cuando estaba con Anto. Pensaba que iba a ser soltero, que iba a
trabajar y a tener éxito. Vivir así, relajado.
––¿Y ahora?
––Ahora no. Ahora quiero una vida con vos, capaz tener
una familia propia ¿no? ––le sonreí acariciándole la espalda––. Joaquín siempre
va a ser mi hijo y siempre va a estar en mi vida. Pero me gustaría tener hijos
con vos algún día.
Ary me sonrió, me acarició el rostro y se acercó a
besarme en los labios.
––Te amo, Jonatan.
~»¦«~
El día antes de los feriados de Pascuas, Aryan y yo
nos encontrábamos en la terminal despidiéndonos de nuestros amigos. La noche
anterior me había despedido de Joaquín y Anto, por lo que en ese momento Patón
y Mía nos despedían. Subimos al colectivo y nos acomodamos en nuestros
asientos, los cuales eran amplios y cómodos, con un mini televisor enfrente y
auriculares para cuando llegara el momento en que se apagarían las luces. Eran
doce horas de viaje hasta Jujuy, por lo que me había asegurado de invertir en
buenos pasajes que nos hicieran llevaderas tantas horas.
El colectivo arrancó y salió de la plataforma,
saludamos a nuestros amigos por la ventanilla y nos miramos emocionados, realmente
estaba sucediendo, viajábamos para que Aryan conociera a mi familia. Pese a que
yo sí conocía su madre y hermanas, era consciente de que en unos pocos meses me
tocaría viajar a España para conocer su hogar, y estaba bien, porque conocería
a una familia totalmente diferente de la que me había recibido originalmente
hace tiempo en el aeropuerto de Córdoba.
Cenamos, una bandeja con comida fría y un plato
caliente. Aunque Aryan estaba acostumbrado ya a la comida argentina, le sugerí
qué comer y qué no, ya que las comidas envasadas siempre tenían su trampa. Unos
minutos después estábamos reclinando los asientos hasta el punto de estar en
completa posición horizontal, por el momento ninguno con ánimos de ver una
película. Con las luces apagadas y la cortina apartando a ojos curiosos, Aryan
se apoyó en su costado y entrelazó sus dedos a los míos.
––¿Me juzgarás si te digo que estoy nervioso? ––susurró
mirándome.
Yo me reí bajo, me giré y le acaricié la mejilla.
––No, tonto. Es obvio que estás nervioso, pero no te
preocupés porque te van a adorar.
––¿Tú crees?
––Yo sé que va a ser así ––asentí besándole la mano––.
Dale, elegí una peli y yo pongo la misma.
Hicimos de ese viaje una noche más, viendo una
película, conversando hasta tarde y durmiendo abrazados. Nunca dejaría de
sorprenderme lo cómodo que me sentía durmiendo con Aryan enredado a mi cuerpo,
físicamente hablando me sentía bien, como si fuera la cosilla más cómoda del
mundo, como si hubiera regresado a mis tres años y Aryan fuera ese peluche que
me daba seguridad y alegría a la hora de dormir.
Me desperté en varios momentos de la noche, siempre me
había costado viajar, era incómodo por más que el asiento se reclinara por
completo. El ambiente se alternaba entre calefacción y refrigeración, cosa que
lo hacía mucho más molesto. Me pasé parte de la noche escuchando música,
arropando o destapando a Aryan según cambiaba la temperatura, a veces lo miraba
mientras dormía y buena parte del tiempo lo invertí en imaginar cómo sería el
recibimiento de mi familia para con Ary.
Mi familia estaba agradecida con él. Aryan me había
salvado la vida después de todo, en más de un sentido a decir verdad, y era
sorprendente que fuera Héctor quien se había dado cuenta en primer lugar. Aryan
me había dado sangre y un riñón, pero más importante me había dado amor, la
oportunidad de ser sincero conmigo mismo y esa ventana para poder arreglar las
cosas con mi familia. Héctor había sido el primero en notarlo y gracias a ello
era que Ary ahora vivía conmigo.
Me dormí pensando que si Héctor había dado ese
importante paso, entonces el resto de mi familia era pan comido.
A la mañana siguiente me desperté con el molesto sol
que se filtraba entre las cortinas. Ary estaba despierto, se había preparado un
café y me convidó de éste. Lo notaba ansioso, y con justa razón porque ya
estábamos llegando.
––Me hubiera gustado llegar a una terminal más decente…
pero bueno ––me disculpé con él.
Aryan no me entendió en un comienzo, pero no hubo que
esperar mucho cuando el colectivo se detuvo. La terminal de Jujuy era… bueno,
era una cosa que daba vergüenza ajena. Había doce plataformas, exceso de gente
y las calles aledañas estaban repletas de vendedores ambulantes, junto a la
ropa se vendían choripanes; en el suelo había manteles con pimientos, hojas de
coca y quién sabe cuántas cosas más, y el hedor que pululaba en el ambiente era
la combinación entre gentío, amontonamiento y comida poco confiable.
Me aseguré de retirar las valijas lo más rápido
posible, tomar la mano de Aryan y encaminarnos rápido hacia la vereda.
––¡Jony, Jony, Jony, Jony, Jonyyyyyyyyyyyyyy!
Para mi suerte, Agustina (mi hermana) nos estaba esperando
en la camioneta. Emocionada, llegó corriendo y casi me saltó encima a la hora
de abrazarme. Hacía TANTO que no nos veíamos, que nos abrazábamos, que no
estábamos en el mismo lugar. La abracé con fuerza y le revolvió los enrulados
cabellos negros, ella me soltó y se secó rápido las fugitivas lágrimas de
felicidad.
––Agus, te presento a Ary.
––¡Hola! ––exclamó ella abrazándolo también y luego
dándole un beso en la mejilla––. Qué lindo conocerte en persona. ¡Es re lindo,
Jony!
––Es… es un placer ––contestó él bastante apabullado.
Y es que los argentinos éramos escandalosos por
naturaleza, pero cuando las familias se reúnen después de un tiempo la cosa
puede subir mucho de nivel.
––Che, gracias por venir a buscarnos. Íbamos a agarrar
un taxi y listo ––le dije mientras subía las valijas a la caja de la camioneta.
––Lo que pasa es que nos estamos quedando en la casa
del campo ––me contestó Agus––. No daba que se tomaran un taxi hasta allá.
Sorprendido, le abrí la puerta a Ary para que subiera
y luego fui a sentarme en el asiento del copiloto. Agus puso en marcha el coche
y condujo fuera de la terminal y a través de las calles. Aryan iba mirando todo
con una tierna sonrisa, Jujuy era tal como yo se lo había descripto: una ciudad
muy pequeña dividida por dos ríos. Era una mañana soleada y de clima agradable,
el Verano no terminaba de despedirse y el clima seco del Norte se aferraba a la
calidez del pasado Febrero. Era un buen día para regresar a casa.
––¿Y por qué se mudaron al campo? ––le pregunté a
Agus.
––En realidad estamos viviendo ahí desde Enero. Porque
la mami no se aguantaba el calorón en la ciudad, y viste que el campo es re
fresco.
––Sí, eso lo sabía. Lo que no sabía era que ustedes
podían vivir sin tele e internet ––reí divertido. Y es que hasta el campo no
llegaba ni la banda ancha, ni la línea telefónica y mucho menos el cable.
––Y… digamos que venimos casi todas las tardes a la
ciudad ––se rió ella arqueando una ceja––. Perdón que vayas saltando ahí atrás,
Ary. La suspensión de este bicho es muy sensible.
––De hecho, es casi divertido ––sonrió él.
Me giré y le sujeté una mano. La verdad era que ir en
la parte de atrás de esa camioneta era un infierno, saltaba por cualquier cosa,
era como estar en un juego de un parque de diversiones. Pero Aryan lucía
contento sólo por estar allí.
Salimos de la ciudad y tomamos la ruta hacia el Norte.
Desde allí Ary podía ver las montañas que se abrían hacia los lados y los
cerros hacia adelante, los paisajes secos y selváticos que convivían en esa
provincia.
Tomó cerca de quince minutos recorrer la ruta hacia el
campo, a último momento giraba en una pronunciada curva hacia la izquierda para
evitar la carretera hacia el Norte. Miré alrededor… respiraba el verde aferrado
a los árboles y el pasto, las flores que se negaban a caer, hortensias y calas
más que nada. Esa frescura que había en el aire al estar alejados de la
civilización, y el rugido del río a mi derecha. Todo me traía de regreso a mi
infancia y adolescencia.
––¿Viven aquí? ––me preguntó Ary apoyando el mentón en
mi hombro––. Es hermoso.
––¿Viste? ––le sonreí besándole la sien––. Es lo que
más extraño.
––Quizás… cuando terminemos de estudiar podríamos
tener nuestra propia casa.
––Awwwwwwwwwww ––chilló Agustina y me dio varias
palmaditas en la pierna––. Me encanta la pareja que hacen.
Aryan se sonrojó pero rió contento, quizás porque
estábamos acostumbrados a que como pareja sólo nos vieran nuestros amigos
cercanos. No éramos de salir a boliches, a cenar con otras personas o lo que
fuera. Pero me agradaba que Agus tuviera esos ataques que casi la hacían
parecer un clon de Mía, de esa manera Aryan se sentiría cómodo.
Cruzamos dos puentes, bajamos por una pendiente de
ripio y finalmente estábamos andando junto al perímetro de setos que bordeaba
el parque de la casa. Agustina detuvo la camioneta frente al portón y yo me
bajé para empujarlo hacia un lado y abrirlo. El auto pasó y yo volví a cerrar
la entrada… y me detuve contemplando el mundo a través de esas rejas. Esas
rejas negras con puntas de flecha doradas que yo había pintado junto a mi papá,
esas rejas que en mi sueño casi agónico se habían presentado como lo que
separaba la vida de la muerte, tras las cuales había estado mi imagen de Aryan.
Me giré a ver el extenso parque verde y la casa al fondo del camino… recordaba
cuando esa casa no era más que un lote pequeño y un garaje, poco a poco fue
creciendo, extendiéndose y siendo lo que era ahora.
Recordaba a mi papá podando cada árbol, llevando la
carretilla por cada metro cuadrado del parque, limpiando la pileta, colocando
plantas nuevas, luchando con la pala para destrancar la acequia. Respiraba a mi
papá en cada lugar de esa casa.
Me sentí un poco triste por la simple razón de
extrañarlo cada día de mi vida, pero respiré hondo y me dije que había traído a
Ary para que conociera todo, incluso la esencia de mi papá.
Escuché el griterío proveniente desde la casa y me
encaminé a ella, aunque pronto me encontré haciendo movimientos como un jugador
de rugby que ve la forma de taclear a un oponente que se le viene encima,
porque Florencia (mi hermana pequeña) llegaba corriendo a toda velocidad. La
atrapé al vuelo, dimos vueltas un momento hasta perder el equilibrio y caer
juntos al pasto. Me reí, me reí desde el alma porque estaba contento no sólo de
verla sino de saberla tan feliz de tenerme a su lado.
Flor era la menor, tenía trece años pero aparentaba un
par menos. Era preciosa, parecía sacada de un cuento de hadas con sus largos
risos rubios y sus grandes ojos verdes, había sacado mucho de mamá.
––¡Sos un tarado! ¡Tendrías que haber venido antes!
¡Forro! ––me reñía entre risas.
––¡Sht! Que sos una señorita, no hablés así ––le
contesté revolviéndole los cabellos y abrazándola después––. Mi Florerito hermoso,
estás enorme.
––Obvio, si no te dignás a venir antes te voy a pasar
en altura y ni te vas a enterar.
Me sonrió, radiante
y preciosa y se abrazó con fuerza a mi cuello estando sobre mí. Allí los
dos sobre el pasto como cuando éramos niños… bueno, yo era un niño y ella una
bebé. Flor no se había convertido en una princesa con complejo de Edipo con su
hermano mayor, no, ella se había convertido en ese hermano menor que nunca
tuve, y adoraba eso de ella. No había querido muñecas, barbies o nenucos cuando
era niña, no, ella quería los mismos juguetes “de niño” que había tenido yo. Le
veía un futuro fabuloso por pensar fuera de la caja a diferencia de las chicas
de su generación.
––¿Lo conociste a Ary? ––le pregunté apartándole los
cabellos del rostro.
––¡Sí! Es re lindo y re dulce. ¿Cómo hiciste?
––¡EH! Que yo también soy re lindo y re dulce.
––Bueh… si vos lo decís ––me sonrió traviesa.
––¿Te cae bien entonces?
––Me cae re bien ––contestó con convicción.
––Qué bueno… Es muy importante para mí esto ¿sabés? Yo
entiendo que igual es como raro de aceptar, es un chico y yo también, todo eso.
––Jony ––protestó casi aburrida––. Sos mi hermano,
boludo. Si hubo una pareja tuya que fue difícil de aceptar fue la tarada esa
que tenías en el secundario, que ni el nombre me acuerdo. Eso sí fue difícil de
asimilar. Pero Ary es re dulce, y tan lindo que te lo quiero quitar.
––Gracias, Flor ––suspiré besándole la frente.
––Para mí no es raro o extraño, posta. Me gusta verte
contento.
Le apreté la mano y le sonreí con tanta felicidad.
Quizás estaba condicionado al rechazo… y eso era terrible. Estar condicionados
a que siempre tendríamos que explicarlos, justificarnos y aceptar que quizás
ciertos seres queridos o personas en general no estarían cómodos o conformes
con nuestra relación. No me gustaba, no me gustaba nada la idea y tenía todas
las intenciones de cambiarla.
Cargando a Flor sobre mi espalda fui hacia la casa,
donde mi madre me abrazó entre lágrimas y luego estreché la mano de Héctor. Sofía
(la del medio) me saludó con cierta frialdad, aunque siempre había sido la
cascarrabias de los cuatro nunca había sido así de distante.
Fue una charla ligera bajo el enorme nogal que
resguardaba la casa. Nos preguntaron por el viaje, y especialmente se
concentraron en Aryan. Mi mamá se veía contenta con él, le sujetaba la mano
cada tanto o le acariciaba el hombro, Héctor no era un hombre de contacto, pero
lo veía sonriente, y mis hermanas (salvo Sofi) estaban encandiladas por mi
novio.
––Está el cuarto preparado para que se instalen ––nos
dijo Héctor.
Le palmeé el brazo en agradecimiento y tomando
nuestras cosas entramos a la casa. Subimos las escaleras y entramos a mi vieja
habitación. Todo estaba exactamente igual, salvo que había dos camas dispuestas
para nuestra estadía. Dejé la valija a un lado y cuando me giré recibí a Ary
entre mis brazos.
––¿Estás bien? ¿Te vi algo apagado?
Suspiré y lo apreté contra mi cuerpo, respiré sobre su
cuello y le acaricié la espalda. Cuánto lo amaba.
––Me puse un poco nostálgico cuando cerré el portón.
Pero es normal.
––Supongo que aquí lo recuerdas más ¿verdad?
––Sí… mucho ––sonreí apoyando la frente en la suya––.
Pero me pone muy contento que vos me entiendas ¿sabés? Me lees demasiado fácil.
Me sonrió y nos quedamos abrazados un momento.
La mañana fue bastante movida. Las chicas conversaban
con Aryan y querían saber todo de él, no me molesto ser totalmente ignorado
pues era una delicia ver a Ary ser el centro de atención, sonrojado pero a la
vez sonriente en medio de mis parlanchinas hermanas.
A eso de las once mi mamá me dijo que había comprado
todo para que yo hiciera un buen asado como hace años, no me negué. Me dediqué
a la tarea de recolectar ramas secas y encender el fuego, coloqué briqueta y
pronto la parrilla estaba caliente.
Teníamos un quincho amplio en donde hacíamos los
asados. Mi papá siempre había querido ese espacio donde tener su parrilla y una
barra de lo más dandy. Aryan me vio hacer el fuego y preparar el asado sentado
del otro lado de la barra. Eran situaciones que nos eran extrañas a ambos, el
vivirlas juntos, vernos en esos diferentes momentos, en esas improvisadas
vacaciones… y era tan agradable, como estar en un sueño.
Dejé el asado cocinándose, tomé la mano de Aryan y lo
saqué a caminar por el parque.
––¿Te imaginas cuando traigas a Joaquín? ––me sonrió
apoyándose de espaldas en un árbol, yo me acerqué a besarlo en los labios por
más que él se sintiera tenso por mi familia en los alrededores.
––Seguro va a rodar colina abajo, eso me pasaba a mí
cuando tenía su edad.
Él estalló en risas y me abrazó contento, lo estreché
y le besé el cuello. Y me quedé pensando que quizás, realmente, cuando ambos
termináramos nuestras respectivas carreras en Córdoba… podríamos tener una casa
como esa en medio del campo. Tener un hogar para los dos.
––¿Querés que grabe nuestras iniciales en el tronco?
––¿Y las rodeas con un corazón? ––se rió y yo con él.
Continuará…