Capítulo 2
El Frío en Jonatan
“¡Estamos locos de atar, somos
trovadores que en tu ciudad… damos pinceladas de color a tu gris realidad!
¡Somos mitad caballeros, mitad bohemios y embusteros! ¡No somos lo que un padre
quiere para su hijita bebé! ¡¡Estamos locos de atar…!!”
––La
concha de la lora…
Con
un quejido más propio de un oso que de una persona, le di un manotazo al
celular para poder parar la alarma que me había programado días atrás. Me había
gustado la canción y pensé que sería divertido despertar con buena música,
ahora detestaba cada vez que sonaba con tanta fuerza.
Apagué
la alarma y me dejé caer nuevamente en la cama, agotado, como si el haberme
estirado hubiera sido toda una hazaña… lo dicho, más propio de un oso
invernando que de una persona. Suspiré y giré en la cama, un olor agradable me
llamó a pegarme más al cuerpo que reposaba a mi lado. Sonreí mientras abrazaba
a Aryan por la espalda y enterraba la nariz en sus cabellos rubios. No era el olor
del shampoo que usaba, era el olor de Aryan.
La
esencia de la gente normalmente era… poco agradable, entre el sudor, las
hormonas o lo que fuera, pero Aryan olía tan bien para mí. Especialmente su
cabello, me encantaba sumergir la nariz entre ellos y disfrutar tanto de su
suavidad como de su aroma.
Me
costaba creer… sí, aún me costaba creer que realmente estuviéramos juntos
después de todo lo que habíamos vivido. El año que había pasado... pocos lo
considerarían un buen comienzo.
Entre
la violencia por parte del padrastro de Aryan a toda su familia, pero a él en
especial. El atentado en el boliche que me había dejado hecho un trapo de
sangre y que Ary casi se me escapara de las manos… todo había sido muy
movilizador. Pero al mismo tiempo habíamos descubierto lo que sentíamos el uno
por el otro.
Aryan
me había confesado que me amaba mucho antes que yo a él, pero yo no lo creía
así. Yo amaba a Aryan desde que conversáramos por internet y luego por
teléfono, pero me había hecho falta un cuerpo al cual dirigir todo ese afecto y
finamente entender que era amor lo que sentía.
Estaba
enamorado de Aryan.
Habíamos
pasado muchas cosas, quizás demasiadas. Ver a Aryan en la mesa de operaciones,
drogado y cansado como estaba… fue un golpe para mí. Despertar en la clínica y
saber que estaba vivo porque me había donado un riñón, que Aryan se había
expuesto al riesgo de una cirugía por mí… fue mucho. No lo amaba por una deuda
de sangre… pero sí lo amaba más porque Aryan me había demostrado que era mucho
más de lo que yo creía: una persona excepcional.
Una
vez, Mía me dijo algo que me erizó por completo (aunque ella tenía esa
tendencia a dejar buenas frases flotando en el aire), me dijo que mi papá me
había enviado a Aryan, o quizás que nuestros padres habían confabulado desde
donde quiera que estuvieran para que nos encontráramos. Por eso teníamos tantos
sueños referidos a nosotros, por eso ellos apuntaban a que estuviéramos juntos
de alguna manera. En su momento me pareció demasiado, busqué la explicación
lógica de la cuestión: estaba confundido y Aryan era un tema importante en mi
vida, y mi padre era el referente más significativo que había tenido jamás, era
normal que mi mente fusionara a ambos para darme consuelo. Pero después… la
idea de que mi propio padre me diera su “bendición” desde el otro lado con
respecto a Aryan se volvió demasiado tentadora como para no abrazarla en
secreto… especialmente cuando Aryan comenzó verdaderamente su vida en
Argentina.
Yo
seguía hospitalizado cuando llegó a contarme contento que se había inscripto
(casi a última hora) en el cursillo de Letras Modernas. A mi parecer, Aryan no
tenía que estudiar cosa semejante, pero él quería capacitarse y tener un título
en algo ¿y qué mejor que en lo que a él le fascinaba? Mientras la carrera no le
quitara el don que tenía para escribir, estaba bien.
Por
recomendación (o más bien amenaza) de Mía, Aryan no vino a vivir conmigo. Nos
amábamos y habíamos pasado por muchos sucesos, pero ella tenía razón al decir
que la convivencia cambiaba muchas cosas. Pese a todo éramos como cualquier
pareja que comenzaba a vivir el noviazgo.
Aryan
se fue a vivir con Mía. Fue lo mejor para todos, especialmente porque para esa
época yo comencé mi rehabilitación y estaba… digamos que no era conveniente
vivir conmigo en esos momentos. Los primeros dos meses me los pasé en el
hospital, y cuando pude regresar a mi propio departamento estaba de mal humor
la mayor parte del tiempo; en parte porque no podía caminar, porque sentía
dolor constante, porque mi dieta era en extremo estricta con mi nuevo –y único-
riñón, porque estaba furioso con la situación en general. Aryan o no Aryan en
mi vida, en aquellos días sentía que me habían cagado el futuro, que nada
volvería a ser igual, que no podría volver a caminar o que el dolor nunca se
iría y viviría tragando pastillas. No, no era una buna época… pero con él a mi lado el sol salía, sí, y puedo
decirlo sin esconderme bajo la cama avergonzado por el uso de semejante
cursilería. Pero era así, Aryan era un nuevo amanecer.
Por
momentos me sonaba a que vivíamos en una fantasía, que todo nos había jugado a
favor para estar juntos. Héctor (mi padrastro) había movido unos misteriosos
contactos en Inmigraciones, de manera que repentinamente surgió de la misma
nada un familiar argentino de Aryan. Así, él pudo sacar la ciudadanía y
quedarse sin problemas de VISA. Su madre no estuvo de acuerdo de inmediato,
después de todo su hijo iba a quedarse en otro país, pero cambió rápidamente de
opinión cuando Juan salió de la cárcel bajo fianza.
El
muy hijo de la mierda salió bajo fianza.
No
repliqué contra la justicia española, porque en Argentina era mucho peor. El
hombre había estado cerca de matar a Aryan por asfixia, y sin embargo salía
bajo fianza y le daban unas ridículas horas de trabajo comunitario en un centro
de cuidado para enfermos de HIV. Nada más dañino y estresante para personas
enfermas que un homofóbico entre ellos.
Aryan
estaba bien cuando supo que Juan había salido, después de todo había océanos
que los separaban… pero sus miedos comenzaron a verse de a poco cuando, al
firmar los papeles de divorcio, Juan había preguntado por él. La tonta hermana
de Aryan no tuvo mejor idea que narrarle la escena con lujo de detalles, quién
sabe por qué pensó que sería buena idea hacerle saber que ese enfermo aún lo
tenía en mente.
A
veces pensaba que Juan era el típico homosexual reprimido, se odiaba a sí mismo
y por tanto tenía que odiar a alguien que estuviera conforme con su sexualidad
y feliz con su vida; su blanco más cercano era Aryan… pero también un blanco
ideal. Aryan era hermoso y era la persona más pura que había pisado la tierra;
algunas personas enfermas de odio, cuando veían a alguien tan puro parecían
tener la sádica necesidad de romperlo. Entonces creía que en realidad Juan no
era un reprimido, sino simplemente una lacra de la humanidad como tantos otros.
Abrí
los ojos al sentir que Aryan se removía, se giró hacia a mí y se acurrucó en mi
pecho de manera instintiva. Desde que iba a su departamento para consolarlo por
las pesadillas post-ataque de Juan, ambos nos amoldábamos, encajábamos. Si en
algún momento en el transcurso de nuestra encaminada relación sentía dudas
sobre ambos, sólo tenía que maravillarme sobre cómo estábamos tan hechos el uno
para el otro, aún físicamente no dejaba de fascinarme el que Aryan
sencillamente encajaba en mí como yo en él, como dos piezas destinadas a
unirse.
Nunca
expresé esos pensamientos delante de mis amigos, aunque Mía y Patón eran muy
románticos y estaban encantados con mi relación, hablar sobre destino y
personas que se pertenecían les habría hecho poner el grito en el cielo. Y yo
solía ser así… o quizás seguía siendo así. Mi amor por Aryan no había sido a
primera vista, vamos, que muchos podemos atestiguarlo; pero había progresado y crecido
de una manera particular. Estaba seguro de que no había madurado por completo,
que no estábamos en el auge de nuestra relación, pero el proceso era… oh, el
proceso era maravilloso. No obstante, hablar de medias naranjas, amores para
toda la vida, destino amoroso y demás era casi tabú para mis amistades. De
haber dicho algo parecido seguramente habrían pensado que nuestra hermosa
relación se estaba volviendo enfermiza.
En
ocasiones me lo pregunté… ¿teníamos una relación demasiado simbiótica? A veces
sí y a veces no. ¿Nos hacía daño? Nunca. Por eso prefería no traer ciertos
temas a colación, porque aparecían las preguntas y plantearse ideas en teoría
liberales que sólo parecían estar allí para cuestionarme hasta lo más puro de
mi pareja. Wow… pareja.
Me
ponía cursi cuando lo veía dormir. Era mi secreto. Mi momento para sentirme
agradecido, para recordar y pensar.
Me
acerqué a darle un beso en los labios. Después de una pesadilla, Aryan dormía
largo y tendido, agotado como si lo sucedido en sus sueños hubiera sido verdad.
El cansancio mental que lo embargaba era enorme.
No me
molestaba ir a la hora que fuera, subirme al auto e ir hasta el departamento
que compartía con Mía para consolarlo. Cada vez que sucedía, Mía me llamaba y
yo iba presuroso a confortarlo. Dormíamos juntos y despertábamos juntos. Acto
que me seguía maravillando: estaba
con Aryan
Aún
recordaba la palabra de Mía –como siempre-, diciendo que yo era “Aryansexual”, y estaba seguro de que era
así. No me consideraba gay, realmente no me atraían otros hombres, el cuerpo
masculino en general no era de mi gusto. Pero Aryan era diferente, como si
fuera de otra especie o quién sabe, él era para mí. Lo amaba, de verdad lo amaba. Una vez que lo reconocí e
intercambié los primeros besos con él… todo fluyó. No tenía dudas, no tenía
miedos ni reparos. Lo amaba y lo deseaba, todo lo que era él… era perfecto.
Mía
no me creyó cuando le conté de la primera vez que toqué a Aryan… a conciencia.
Como buena loca de los gays que era, esperaba toda clase de detalles sobre mi
nerviosismo, y creo que le añadía morbo al decir que yo era “virgen” en cierta
forma. Que cierto era, nunca había tocado a un hombre de esa manera hasta
Aryan. Grande fue su decepción cuando le conté que tocar a Aryan había sido
natural para mí. No tuve miedo, no tuve nervios ni me detuve horrorizado y
consciente de que era otro cuerpo masculino el que recorría. No. Porque tocarlo
me era familiar en cierta manera.
El
que ambos fuéramos hombres hacía todo más sencillo. Yo sabía dónde y cómo
tocar, y no me molestó en lo más mínimo escuchar los sonidos que podía provocar
en Aryan.
Aunque
nunca hablé de eso con mi madre, ella era de las que creían en las vidas
pasadas. ¿Nos habríamos conocido en una vida anterior? No lo creía, pero que
las cosas fluían entre ambos… de eso no había duda. Y por momentos era
desconcertante lo bien que podía sentirse estar con él, lo fácil que era estar
con él.
Teníamos
el paraíso y la fantasía del amor, pero en ocasiones la realidad golpeaba…
porque no todo podía ser perfecto ¿verdad? Me contradigo, lo sé.
Suspiré
acariciándole los cabellos, él volvió a girarse hasta darme la espalda. Lo
amaba y lo deseaba, me gustaba tanto como yo a él… y sin embargo mi cuerpo no
cooperaba como debería. Ya sólo en esa mañana era evidente que no reaccionaba
como lo haría cualquier persona. Donde debería haber una clásica erección
matutina incentivada por la compañía de quien tanto me gustaba… no había nada.
El
atentado en el boliche me dejó con una pierna literalmente destrozada,
costillas rotas, una contusión en la cabeza, laceraciones en los brazos y la
pérdida de los riñones. Me habían explicado con lujo de detalles por qué los
riñones me habían fallado, algo sobre el síndrome de aplastamiento… como fuera,
sólo tuve en claro que estuve en diálisis hasta que Aryan me donó su riñón y
pude salir adelante.
Necesité
de seis meses para recuperarme, seis eternos y dolorosos meses. Como tenía la
pierna destrozada, pasaba de cirugía en cirugía, bromeaba con tener una pierna
mecánica por momentos ya que estaba seguro de que me habían agregado clavos y
tornillos. El brazo no fue un problema muy grande, pero sí con las costillas
que iban sanando… lo más doloroso del mundo. Vivía frustrado en un comienzo por
tener que andar en silla de ruedas, hasta que la otra pierna estuvo lo
suficientemente fuerte (después de que me sacaran los puntos del muslo) como
para sostenerme y ayudarme con muletas.
Mi
familia viajaba seguido a verme. Mamá insistió un tiempo en que me regresara a
Jujuy, donde ella iba a estar todo el tiempo para ayudarme y cuidarme. La sola
idea de ser tratado como un enfermo a tiempo completo me espantó, pero por
suerte Héctor intervino a mi favor con una lógica que yo ni siquiera había
pensado: en mi estado no era conveniente trasladarme, especialmente en un viaje
tan largo de doce horas como lo era de Córdoba a Jujuy; el avión no era una
opción pese a que sólo tomaba una hora y media de vuelo, estar con muletas, la
presión alta y si me descompensaba en lo alto… en fin, mi vieja optó por viajar
cada tanto a visitarme y ayudarme. Se quedó tranquila sabiendo que tenía a
Aryan, Mía y Patón cuidándome constantemente.
Por
el dolor en las piernas, para prevenir infecciones luego del trasplante, para
tratar la inflamación en la pierna... por tantas cosas estuve medicado mucho
tiempo: corticoides, analgésicos y tantos otros medicamentos que no sabría
enumerar. Pero uno de ellos (o quizás todos) era responsable de que mi apetito
sexual fuera nulo.
Miré
las hebras rubias ante mi rostro y pasé los dedos con anhelo. Hacía casi un año
que estábamos juntos como pareja, pero la intimidad física no era muy diferente
a cuando éramos amigos. Los besos, los besos eran la única diferencia… y cómo
me gustaban los labios de Aryan, la piel de Aryan… todo Aryan me gustaba tanto
¡¿por qué mi cuerpo no era capaz de demostrarlo?! A veces temía… temía
realmente que Ary se cansara de esa situación, de esa amistad con besos y
palabras dulces, y se marchara.
Con
esa peligrosa idea en mente, deslicé la mano y acaricié su cintura. Aryan era
pequeño y algo enclenque, pero me enloquecía de igual manera. Su cuerpo era masculino
sin ninguna duda. Cuando deslicé la mano por su cintura y bajé por su vientre
plano más hacia el sur… estaba de más decir que no era femenino. No me
molestaba tocarlo, ni la primera vez ni las siguientes, ni ahora. Aryan me
encantaba. Disfrutaba tocándolo, sintiendo su forma y su suavidad.
Estaba
determinado a hacer que lo nuestro funcionara, tenía que funcionar… y además, haría que Aryan olvidara por
completo esa pesadilla.
Lo
acaricié mientras le besaba la nuca, hasta que escuché sus ronroneos mientras
despertaba. Giró en la cama y me enfrentó buscando directamente mis labios, mi
mano no se detuvo sin embargo.
––Mmmh…
––ronroneó contra mis labios––. Buenos días.
––Buen
día ––sonreí lamiéndole los labios.
Me
sonrió, todavía un poco dormido. Enredó sus piernas a las mías y no dudé en
hacer el beso más intenso. La boca de Aryan siempre se abría para mí, su lengua
no dudaba en enredarse a la mía y nuestros labios sacaban chispas
prácticamente. A medida que el beso se volvió más demandante con Aryan despertando,
así mi caricia aumentó en intensidad incentivada por los gemidos sofocados de
él.
Me
gustaban tanto esos momentos, esos donde pasábamos minutos enteros besándonos y
yo podía mimarlo, demostrándole que realmente disfrutaba de tocarlo y sentirlo.
Saberlo agitado y tembloroso por mis manos y mis besos.
Y así
estuvimos quién sabe cuánto tiempo, perdía la noción de todo cuando estaba con
Ary. Al menos hasta que sentí cómo colaba su mano hacia abajo, desprendía el
botón de mi pantalón y deslizaba los dedos dentro de la ropa. Respiré hondo y
lo dejé tocar, lo dejé tocar uno… dos… tres minutos… sin que nada sucediera.
––La
puta madre ––repliqué molesto apartándome hasta quedar sentado y darle la
espalda.
Me
llevé las manos a la frente y apreté. Me gustaba, me gustaba que me tocara y
sin embargo mi cuerpo no reaccionaba, no demostraba lo que yo sentía. Y era tan
humillante, tan vergonzoso no ser capaz de rendir físicamente para la persona
que amaba y deseaba. Me sentía totalmente avergonzado y ridículo.
Sentí
la mano de Aryan frotándome la espalda, amable y comprensivo.
––Ya…
Jony, no importa, todo está bien.
––¡No!
¡Sí que importa, Aryan! ¡Dejá de minimizarlo, mierda! ––exclamé separándome
molesto.
Me
levanté y fui a encerrarme al baño, cerré de un azote la puerta y apoyé las
manos en el lavamanos. Aryan era tan amable con respecto a lo que nos sucedía,
pero su amabilidad y comprensión terminaban por enfermarme, porque no soportaba
que él lo dejara pasar, que no le diera importancia para hacerme sentir mejor…
porque sí era un problema y sí importaba.
Me
lavé la cara con agua bien fría y respiré agitado, los cambios bruscos de humor
habían sido moneda corriente durante la rehabilitación… era normal tener
ataques de ira cuando no podía caminar o siquiera estirarme a tomar un vaso con
agua. Ahora que estaba bien… en mayoría, no deberían regresar. Pero es que
prefería seguir con muletas antes que ser incapaz de hacerle el amor a Aryan.
No estaba enfadado con él, estaba enfadado conmigo y con el mundo. Y si existía
un Dios o lo que fuera allá arriba, le dedicaba su buena cuota de puteadas… “Después de todo lo que nos pasó, tampoco me
vas a dejar amarlo, hijo de puta”.
Reconozco
que también era una cuestión de ego masculino. Ese estúpido ego masculino que
se nos inculca, sí, se nos inculca a todos y cada uno de los varones. Y así
pasamos nuestra niñez compitiendo por ver quién orina más lejos, nuestra
adolescencia midiendo quién la tiene más grande y nuestra juventud contando los
acostones o las mujeres más atractivas. Siempre creí que Freud estaba
equivocado, el complejo del pene lo tenemos los hombres, no las mujeres.
Respiré
hondo y salí del baño. Aryan estaba sentado en la cama, abrazándose las
rodillas y con la mirada perdida… me sentí la mierda más grande del mundo. Me
senté y lo abracé por detrás, le besé la nuca y escondí el rostro en su
cabello.
––Perdoname
––susurré.
––No
quería hacerte enfadar.
––No,
no es tu culpa… soy yo que me pongo idiota por cualquier cosa. Vos sólo… vos
sólo querés hacerme sentir mejor. Perdóname, exploto… viste cómo es ––traté de
disculparme, inútil y atropellado.
––Es
que no tienes que frustrarte tanto, Jony…
––No
quiero hablar de eso ¿está bien?
––Está
bien ––suspiró.
Cuando
lo callaba de esa manera, porque le cortaba cualquier palabra dulce que tuviera
para darme… me sentía todavía peor, pero me sentía temeroso de que fuera a
insultarme y mandarme a donde no brilla el sol… bien merecido lo tenía.
Pero
Aryan giró la cabeza y me dio un beso dulce y delicado en la mejilla. Lo estreché
más fuerte, apretando esas manos contra su pecho y entrelazando nuestros dedos.
––¿Dormiste
bien cuando llegué? ––decidí preguntarle.
––Sí…
sabes que cuando estás cerca todas las pesadillas desaparecen. Lamento seguir
con esto, de verdad lo lamento.
––Hey…
pará de disculparte por cosas que no son tu culpa ––lo reprendí apretándole las
manos y haciendo que me mirara, nuestras narices se rozaron y yo sonreí por la
cercanía––. Es normal que tengás esos miedos.
––No
quiero tenerlos ––protestó girándose para acurrucarse contra mi pecho––. Estoy
harto de tenerlos.
––Ya
sé… tenés que mentalizarte en que ese tipo nunca te va a volver a poner una
mano encima. ¿Entendés, Ary? Nunca.
––No
lo sabes ––me sonrió con tristeza––. No lo sabes, Jony. Tengo miedo porque… no
está, se fue. ¿Y si viene para Argentina? ¿Y si…?
––Y
si se le ocurre poner un pie acá le parto el culo a patadas, eso ––proclamé
orgulloso, le besé la frente y luego los labios––. No te va a volver a tocar
porque yo no lo voy a permitir ¿entendés? Porque si no le alcanzó la cagada que
le puse la vez pasada, será una más grande ahora.
Me
miró fijamente, con esos grandes y claros ojos que hablaban por sí solos. Y
cuando una sonrisa llena de admiración, orgullo y amor se asomó… sentí deseos
de volver a tumbarlo en la cama e intentarlo otra vez. Pero me contuve y
simplemente froté mi nariz contra la suya.
––Súper
Jony… al rescate ––susurró contra mis labios.
––Te
bajo el gato del árbol y todo.
Se
rió, me reí y nos besamos.
~»¦«~
Desayunamos
con Mía, entre charlas y risas ligeras. Ary intentó disculparse con ella por
seguir con sus pesadillas noche de por medio, pero en respuesta, ella le tiró
un bizcocho por la cabeza. Mía amaba a Aryan, no de la forma en que yo lo hacía
por supuesto, pero sí de la forma en que me amaba a mí y yo a ella. De esa
manera que no era romántica, sino fraternal. Éramos hermanos de alguna manera,
siempre lo habíamos sido, y Aryan era su nuevo y preciado hermano menor.
––¿A
Brasil? ¿Viajábamos a Brasil? ––sonrió ella cuando Ary comenzó a contar la
parte agradable de su sueño.
––Ajá,
y tú estabas con Patón.
––¿Estaba?
¿Estaba… de estar-estar?
Ary
asintió y yo me eché a reír a pierna suelta, mientras que Mía lo miró
horrorizado y luego le dio un zape en la cabeza.
––¡Eh!
¡Pará un poco! Me lo vas a dejar tontito de tantos golpes ––reí acercándome a
abrazar por la cabeza a Aryan.
––Es
que es un sueño muy boludo. ¿Yo con Patón? ¿Por qué mejor no me hacías
lesbiana? Iba a tener más sentido ––se defendió.
Nos
reímos nuevamente. El sueño de Ary había sido hermoso por lo que contaba.
Viajar los cuatro a una playa agradable, compartir una cama grande y demás. Mía
y Patón, la idea circulaba en mente de nuestro reducido grupo… especialmente
porque él estaba enamorado de ella desde la prehistoria, pero ella simplemente
no lo veía de la misma manera.
Para
mi sorpresa, había esperado que el enorme gesto del ante año pasado fuera
conmovedor para Mía. Que el que Patón aceptara a Aryan en mi vida, y no sólo
eso, que quisiera casarse con él para retenerlo en Argentina… supuestamente
debería haber sido algo que enamorara a nuestra amiga. Mía era la clase de
mujer que no quería a un hombre adinerado, apuesto o pendiente de ella, buscaba
a un hombre inteligente y bueno, bueno
como de mente abierta como lo era ella. Patón había cumplido muy bien un par de
requisitos ese año… pero no parecían llegar a ella.
Mía
era una persona demasiado especial, demasiado maravillosa… ya fuera con Patón o
con otro, iba a tener que pasar por un intenso escrutinio por parte de Aryan y
de mí.
~»¦«~
Regresé
a mi departamento luego del desayuno. Mía tenía que estudiar y Aryan mucho para
leer.
Ni
bien abrí la puerta, un maullido me recibió. Sonreí inclinándome para alzar al
enorme gato rayado. Se llamaba Loki y era una pelusa gigante. Había terminado
en el departamento por mera casualidad, y porque yo era de corazón blando
cuando de Aryan se trataba.
Llevé
a Ary a la Feria de las Pulgas en una ocasión, una feria de artesanos que
quedaba en la calle Belgrano y aparecía los fines de semana. Entre collares,
plantas, panes rellenos y otras cosas, había personas que llevaban animales
para dar en adopción. Y ahí estaban, esas grandes orejas blancas asomándose por
una caja. Era el último que quedaba, pequeño, desnutrido, feo y lleno de
pulgas. Aryan lo sacó de la caja y yo supe que no habría vuelta atrás.
––Me lo llevo, te juro que me lo llevo ––me
dijo Aryan abrazando a la pulga contra su pecho.
––Mía es alérgica a los gatos, te mata si le
llevás uno ––traté de hacerlo entrar en razón.
––Pero… Jony, se va a morir si se queda
aquí.
––Bueno… no va a ser el primero.
––¡Jonatan!
Me
froté la nuca en ese momento y lo vi tan preocupado por el gato, tan angustiado
por no poder llevárselo. Por un momento hasta lo escuché considerar el ir a
llevarle comida y todo lo que le hiciera falta. Pero estaba tan encariñado con
esa rata orejuda que no tuve opción.
––Bueno… se puede quedar conmigo ¡pero vos te
hacés cargo!
En
medio de la feria, Aryan tuvo uno de esos gestos que una vida homosexual le
había enseñado a no tener: me besó en público.
Me
llevé a la rata al departamento. Al principio se orinaba y cagaba por todas
partes, lloraba si se quedaba solo, se quedaba temblando en un rincón si no lo
dejaba subir a la cama, y chillaba a tempranas horas porque tenía hambre. Fue
como tener un bebé recién nacido… literalmente. Porque Aryan iba al
departamento a alimentarlo con biberón, tranquilamente lo bañaba, le ponía las
gotas en los ojos para la conjuntivitis y limpiaba los desastres que dejaba.
Verlo tan dedicado a una criatura así… me hizo amarlo mucho más.
Cuando
Loki cumplió los tres meses ya podía subsistir por su cuenta. A los cinco meses
lo llevé al veterinario para castrarlo y desde entonces se volvió más sociable,
gordo y su pelaje era más espeso. Ya con casi un año estaba hecho un enorme
tigre blanco… que hacía una fiesta cuando su papá Aryan llegaba a visitarlo.
Le
acaricié entre las orejas y me lo llevé al cuarto. Agradecía que el animal
estuviera allí, era una agradable compañía.
Me
dejé caer en la cama con Loki en mi pecho, mientras yo le amasaba las orejas él
me amasaba el pecho.
Miré
hacia el reloj en el velador, era temprano, podría dormir un poco y luego
almorzar… e ir a la facultad. No a la Derecho, porque la había dejado. Mi mamá
puso el grito en el cielo cuando le conté mi decisión, porque después de todo
me quedaba poco para terminar y convertirme en abogado. Pero tener una
experiencia verdaderamente cercana con la muerte me había aclarado un par de
cosas, y una de ellas era que no iba a hacer de mi vida lo que no quería ni me
gustaba. En realidad… todo se lo debía a Héctor, quien me llevó a Córdoba la guitarra
de mi papá. Todo fluyó, se dio natural sin que me diera cuenta. Nunca antes
había tocado un instrumento, pero empezar con esa guitarra lo dijo todo.
Además
de Aryan, la música era algo que me tranquilizaba mucho. Sirvió mucho a la
rehabilitación de mis manos el tocar la guitarra, me bajaba los tutoriales por
internet y aprendía. Tocaba para Aryan cuando iba a visitarme, sin darme cuenta
de la facilidad que tenía para aprender y avanzar. Hasta que, fue Ary quien lo
dijo:
––Deberías estudiar algo relacionado a la
música.
Licenciatura en Instrumentos Musicales.
Duraba
cinco años. Era empezar desde cero cuando ya no tenía edad para hacerlo… pero
lo hice, porque tenía que hacer algo que me proveyera felicidad. Que cuando
llegara realmente mi momento de irme, no mirara atrás y me arrepintiera por no
haber hecho cuanto quería en mi vida.
Como
todas esas carreras que parecían no valer ni dos pesos, que todos decían que el
día de mañana nos íbamos a morir de hambre… era MUY difícil. Igual que la
carrera de Aryan, tenía tanto por leer, mucho más que cualquier estudiante de
abogacía o lo que fuera. Y yo, tenía mucho por aprender y entender, entre eso:
tocar todo instrumento musical que me pusieran en frente.
Era
difícil… pero yo tenía facilidad, cosa que no dejaba de sorprenderme.
––Tu papá tocaba la guitarra… quizás
heredaste su talento musical ––me dijo Aryan un día.
Y yo
sonreí como un tonto sintiéndome tan orgulloso por eso.
Aryan
me impulsaba tanto en la vida, me hacía sentir mejor persona todo el tiempo… me
hacía alguien bueno, alguien que se superaba y seguía adelante. Aryan era… era
mi motor desde hacía mucho tiempo. Y aunque a mi familia le costó un poco
aceptarlo, estaba todo bien.
Héctor
ya sabía, y mi mamá lo aceptó rápido; para dos de mis hermanas fue una sorpresa
pero no fue problema, excepto para Sofi, para ella fue chocante y por un tiempo
no quiso hablarme. Y yo no le hablé tampoco por más que Aryan me decía que lo
intentara ¿qué tenía que hablar? Yo no veía las cosas igual que Aryan. Él había
vivido así toda su vida, estaba acostumbrado (desgraciadamente) al rechazo y
las dudas de la gente, estaba habituado a que alguien dejara de hablarle por su
condición sexual. Yo no. Yo no soportaba que alguien me estuviera juzgando por
algo tan básico y que no era asunto de nadie más que mío y mi pareja.
A
Sofía se le pasó eventualmente, pero las cosas –hasta la fecha- no terminaban
de estar bien. No era yo el que estaba en falta a fin de cuentas.
Tampoco
era como si me hubiera declarado gay… sólo tenía ojos y deseo para Aryan.
––Aryan…
––susurré, Loki alzó las orejas y se irguió sobre mi pecho ––. Sí, sí, tu papá.
Pero
el gato me ignorò y se quedó mirando hacia la nada. Seguí la dirección en donde
se enfocaban sus ojos, pero sólo estaba el espacio libre del cuarto y la pared
blanca. No había nada que pudiera llamar su atención.
––¿Qué
mirás? ––m reí, pero la atención absoluta de Loki me preocupó un poco.
Pese a
que siempre estábamos bromeando sobre sentir a nuestros padres cerca, que
habíamos sido unidos por ellos, que nos cuidaban y vigilaban, y de vez en
cuando enviaban ayuda… a decir verdad jamás se me había ocurrido ser partícipe
de algo paranormal. Nunca había experimentado nada que no pudiera explicar
racionalmente. Y de todas formas… quizás el gato simplemente estaba mirando una
pelusa que yo no podía ver ¿cierto?
––Cierto…
––susurré no muy convencido, como si el plantear el interrogante de repente
hiciera todo… posible.
De
repente, una vibración que nada tenía que ver con Loki me sacudió todo el
cuerpo. Metí la mano en el pantalón y saqué el celular. Tenía un mensaje de un
número que hacía mucho no usaba ni veía… pero que podía recordar perfectamente
a quién pertenecía.
“Estoy en tu puerta, abrime por favor. Tenemos que hablar”
Me lo
pensé, miré a Loki como si fuera a ir a contarle a Aryan. Sin embargo, dejé al
gato en el cuarto y me levanté para ir a abrirle a Antonella.
Continuará...