sábado, 8 de febrero de 2014

CAP 2: El Frío en Jonatan


Capítulo 2
El Frío en Jonatan


“¡Estamos locos de atar, somos trovadores que en tu ciudad… damos pinceladas de color a tu gris realidad! ¡Somos mitad caballeros, mitad bohemios y embusteros! ¡No somos lo que un padre quiere para su hijita bebé! ¡¡Estamos locos de atar…!!”

––La concha de la lora…
Con un quejido más propio de un oso que de una persona, le di un manotazo al celular para poder parar la alarma que me había programado días atrás. Me había gustado la canción y pensé que sería divertido despertar con buena música, ahora detestaba cada vez que sonaba con tanta fuerza.
Apagué la alarma y me dejé caer nuevamente en la cama, agotado, como si el haberme estirado hubiera sido toda una hazaña… lo dicho, más propio de un oso invernando que de una persona. Suspiré y giré en la cama, un olor agradable me llamó a pegarme más al cuerpo que reposaba a mi lado. Sonreí mientras abrazaba a Aryan por la espalda y enterraba la nariz en sus cabellos rubios. No era el olor del shampoo que usaba, era el olor de Aryan.
La esencia de la gente normalmente era… poco agradable, entre el sudor, las hormonas o lo que fuera, pero Aryan olía tan bien para mí. Especialmente su cabello, me encantaba sumergir la nariz entre ellos y disfrutar tanto de su suavidad como de su aroma.
Me costaba creer… sí, aún me costaba creer que realmente estuviéramos juntos después de todo lo que habíamos vivido. El año que había pasado... pocos lo considerarían un buen comienzo.
Entre la violencia por parte del padrastro de Aryan a toda su familia, pero a él en especial. El atentado en el boliche que me había dejado hecho un trapo de sangre y que Ary casi se me escapara de las manos… todo había sido muy movilizador. Pero al mismo tiempo habíamos descubierto lo que sentíamos el uno por el otro.
Aryan me había confesado que me amaba mucho antes que yo a él, pero yo no lo creía así. Yo amaba a Aryan desde que conversáramos por internet y luego por teléfono, pero me había hecho falta un cuerpo al cual dirigir todo ese afecto y finamente entender que era amor lo que sentía.
Estaba enamorado de Aryan.
Habíamos pasado muchas cosas, quizás demasiadas. Ver a Aryan en la mesa de operaciones, drogado y cansado como estaba… fue un golpe para mí. Despertar en la clínica y saber que estaba vivo porque me había donado un riñón, que Aryan se había expuesto al riesgo de una cirugía por mí… fue mucho. No lo amaba por una deuda de sangre… pero sí lo amaba más porque Aryan me había demostrado que era mucho más de lo que yo creía: una persona excepcional.
Una vez, Mía me dijo algo que me erizó por completo (aunque ella tenía esa tendencia a dejar buenas frases flotando en el aire), me dijo que mi papá me había enviado a Aryan, o quizás que nuestros padres habían confabulado desde donde quiera que estuvieran para que nos encontráramos. Por eso teníamos tantos sueños referidos a nosotros, por eso ellos apuntaban a que estuviéramos juntos de alguna manera. En su momento me pareció demasiado, busqué la explicación lógica de la cuestión: estaba confundido y Aryan era un tema importante en mi vida, y mi padre era el referente más significativo que había tenido jamás, era normal que mi mente fusionara a ambos para darme consuelo. Pero después… la idea de que mi propio padre me diera su “bendición” desde el otro lado con respecto a Aryan se volvió demasiado tentadora como para no abrazarla en secreto… especialmente cuando Aryan comenzó verdaderamente su vida en Argentina.
Yo seguía hospitalizado cuando llegó a contarme contento que se había inscripto (casi a última hora) en el cursillo de Letras Modernas. A mi parecer, Aryan no tenía que estudiar cosa semejante, pero él quería capacitarse y tener un título en algo ¿y qué mejor que en lo que a él le fascinaba? Mientras la carrera no le quitara el don que tenía para escribir, estaba bien.
Por recomendación (o más bien amenaza) de Mía, Aryan no vino a vivir conmigo. Nos amábamos y habíamos pasado por muchos sucesos, pero ella tenía razón al decir que la convivencia cambiaba muchas cosas. Pese a todo éramos como cualquier pareja que comenzaba a vivir el noviazgo.
Aryan se fue a vivir con Mía. Fue lo mejor para todos, especialmente porque para esa época yo comencé mi rehabilitación y estaba… digamos que no era conveniente vivir conmigo en esos momentos. Los primeros dos meses me los pasé en el hospital, y cuando pude regresar a mi propio departamento estaba de mal humor la mayor parte del tiempo; en parte porque no podía caminar, porque sentía dolor constante, porque mi dieta era en extremo estricta con mi nuevo –y único- riñón, porque estaba furioso con la situación en general. Aryan o no Aryan en mi vida, en aquellos días sentía que me habían cagado el futuro, que nada volvería a ser igual, que no podría volver a caminar o que el dolor nunca se iría y viviría tragando pastillas. No, no era una buna época… pero con él a mi lado el sol salía, sí, y puedo decirlo sin esconderme bajo la cama avergonzado por el uso de semejante cursilería. Pero era así, Aryan era un nuevo amanecer.
Por momentos me sonaba a que vivíamos en una fantasía, que todo nos había jugado a favor para estar juntos. Héctor (mi padrastro) había movido unos misteriosos contactos en Inmigraciones, de manera que repentinamente surgió de la misma nada un familiar argentino de Aryan. Así, él pudo sacar la ciudadanía y quedarse sin problemas de VISA. Su madre no estuvo de acuerdo de inmediato, después de todo su hijo iba a quedarse en otro país, pero cambió rápidamente de opinión cuando Juan salió de la cárcel bajo fianza.
El muy hijo de la mierda salió bajo fianza.
No repliqué contra la justicia española, porque en Argentina era mucho peor. El hombre había estado cerca de matar a Aryan por asfixia, y sin embargo salía bajo fianza y le daban unas ridículas horas de trabajo comunitario en un centro de cuidado para enfermos de HIV. Nada más dañino y estresante para personas enfermas que un homofóbico entre ellos.
Aryan estaba bien cuando supo que Juan había salido, después de todo había océanos que los separaban… pero sus miedos comenzaron a verse de a poco cuando, al firmar los papeles de divorcio, Juan había preguntado por él. La tonta hermana de Aryan no tuvo mejor idea que narrarle la escena con lujo de detalles, quién sabe por qué pensó que sería buena idea hacerle saber que ese enfermo aún lo tenía en mente.
A veces pensaba que Juan era el típico homosexual reprimido, se odiaba a sí mismo y por tanto tenía que odiar a alguien que estuviera conforme con su sexualidad y feliz con su vida; su blanco más cercano era Aryan… pero también un blanco ideal. Aryan era hermoso y era la persona más pura que había pisado la tierra; algunas personas enfermas de odio, cuando veían a alguien tan puro parecían tener la sádica necesidad de romperlo. Entonces creía que en realidad Juan no era un reprimido, sino simplemente una lacra de la humanidad como tantos otros.

Abrí los ojos al sentir que Aryan se removía, se giró hacia a mí y se acurrucó en mi pecho de manera instintiva. Desde que iba a su departamento para consolarlo por las pesadillas post-ataque de Juan, ambos nos amoldábamos, encajábamos. Si en algún momento en el transcurso de nuestra encaminada relación sentía dudas sobre ambos, sólo tenía que maravillarme sobre cómo estábamos tan hechos el uno para el otro, aún físicamente no dejaba de fascinarme el que Aryan sencillamente encajaba en mí como yo en él, como dos piezas destinadas a unirse.
Nunca expresé esos pensamientos delante de mis amigos, aunque Mía y Patón eran muy románticos y estaban encantados con mi relación, hablar sobre destino y personas que se pertenecían les habría hecho poner el grito en el cielo. Y yo solía ser así… o quizás seguía siendo así. Mi amor por Aryan no había sido a primera vista, vamos, que muchos podemos atestiguarlo; pero había progresado y crecido de una manera particular. Estaba seguro de que no había madurado por completo, que no estábamos en el auge de nuestra relación, pero el proceso era… oh, el proceso era maravilloso. No obstante, hablar de medias naranjas, amores para toda la vida, destino amoroso y demás era casi tabú para mis amistades. De haber dicho algo parecido seguramente habrían pensado que nuestra hermosa relación se estaba volviendo enfermiza.
En ocasiones me lo pregunté… ¿teníamos una relación demasiado simbiótica? A veces sí y a veces no. ¿Nos hacía daño? Nunca. Por eso prefería no traer ciertos temas a colación, porque aparecían las preguntas y plantearse ideas en teoría liberales que sólo parecían estar allí para cuestionarme hasta lo más puro de mi pareja. Wow… pareja.

Me ponía cursi cuando lo veía dormir. Era mi secreto. Mi momento para sentirme agradecido, para recordar y pensar.
Me acerqué a darle un beso en los labios. Después de una pesadilla, Aryan dormía largo y tendido, agotado como si lo sucedido en sus sueños hubiera sido verdad. El cansancio mental que lo embargaba era enorme.
No me molestaba ir a la hora que fuera, subirme al auto e ir hasta el departamento que compartía con Mía para consolarlo. Cada vez que sucedía, Mía me llamaba y yo iba presuroso a confortarlo. Dormíamos juntos y despertábamos juntos. Acto que me seguía maravillando: estaba con Aryan
Aún recordaba la palabra de Mía –como siempre-, diciendo que yo era “Aryansexual”, y estaba seguro de que era así. No me consideraba gay, realmente no me atraían otros hombres, el cuerpo masculino en general no era de mi gusto. Pero Aryan era diferente, como si fuera de otra especie o quién sabe, él era para . Lo amaba, de verdad lo amaba. Una vez que lo reconocí e intercambié los primeros besos con él… todo fluyó. No tenía dudas, no tenía miedos ni reparos. Lo amaba y lo deseaba, todo lo que era él… era perfecto.
Mía no me creyó cuando le conté de la primera vez que toqué a Aryan… a conciencia. Como buena loca de los gays que era, esperaba toda clase de detalles sobre mi nerviosismo, y creo que le añadía morbo al decir que yo era “virgen” en cierta forma. Que cierto era, nunca había tocado a un hombre de esa manera hasta Aryan. Grande fue su decepción cuando le conté que tocar a Aryan había sido natural para mí. No tuve miedo, no tuve nervios ni me detuve horrorizado y consciente de que era otro cuerpo masculino el que recorría. No. Porque tocarlo me era familiar en cierta manera.
El que ambos fuéramos hombres hacía todo más sencillo. Yo sabía dónde y cómo tocar, y no me molestó en lo más mínimo escuchar los sonidos que podía provocar en Aryan.
Aunque nunca hablé de eso con mi madre, ella era de las que creían en las vidas pasadas. ¿Nos habríamos conocido en una vida anterior? No lo creía, pero que las cosas fluían entre ambos… de eso no había duda. Y por momentos era desconcertante lo bien que podía sentirse estar con él, lo fácil que era estar con él.
Teníamos el paraíso y la fantasía del amor, pero en ocasiones la realidad golpeaba… porque no todo podía ser perfecto ¿verdad? Me contradigo, lo sé.
Suspiré acariciándole los cabellos, él volvió a girarse hasta darme la espalda. Lo amaba y lo deseaba, me gustaba tanto como yo a él… y sin embargo mi cuerpo no cooperaba como debería. Ya sólo en esa mañana era evidente que no reaccionaba como lo haría cualquier persona. Donde debería haber una clásica erección matutina incentivada por la compañía de quien tanto me gustaba… no había nada.
El atentado en el boliche me dejó con una pierna literalmente destrozada, costillas rotas, una contusión en la cabeza, laceraciones en los brazos y la pérdida de los riñones. Me habían explicado con lujo de detalles por qué los riñones me habían fallado, algo sobre el síndrome de aplastamiento… como fuera, sólo tuve en claro que estuve en diálisis hasta que Aryan me donó su riñón y pude salir adelante.
Necesité de seis meses para recuperarme, seis eternos y dolorosos meses. Como tenía la pierna destrozada, pasaba de cirugía en cirugía, bromeaba con tener una pierna mecánica por momentos ya que estaba seguro de que me habían agregado clavos y tornillos. El brazo no fue un problema muy grande, pero sí con las costillas que iban sanando… lo más doloroso del mundo. Vivía frustrado en un comienzo por tener que andar en silla de ruedas, hasta que la otra pierna estuvo lo suficientemente fuerte (después de que me sacaran los puntos del muslo) como para sostenerme y ayudarme con muletas.
Mi familia viajaba seguido a verme. Mamá insistió un tiempo en que me regresara a Jujuy, donde ella iba a estar todo el tiempo para ayudarme y cuidarme. La sola idea de ser tratado como un enfermo a tiempo completo me espantó, pero por suerte Héctor intervino a mi favor con una lógica que yo ni siquiera había pensado: en mi estado no era conveniente trasladarme, especialmente en un viaje tan largo de doce horas como lo era de Córdoba a Jujuy; el avión no era una opción pese a que sólo tomaba una hora y media de vuelo, estar con muletas, la presión alta y si me descompensaba en lo alto… en fin, mi vieja optó por viajar cada tanto a visitarme y ayudarme. Se quedó tranquila sabiendo que tenía a Aryan, Mía y Patón cuidándome constantemente.
Por el dolor en las piernas, para prevenir infecciones luego del trasplante, para tratar la inflamación en la pierna... por tantas cosas estuve medicado mucho tiempo: corticoides, analgésicos y tantos otros medicamentos que no sabría enumerar. Pero uno de ellos (o quizás todos) era responsable de que mi apetito sexual fuera nulo.
Miré las hebras rubias ante mi rostro y pasé los dedos con anhelo. Hacía casi un año que estábamos juntos como pareja, pero la intimidad física no era muy diferente a cuando éramos amigos. Los besos, los besos eran la única diferencia… y cómo me gustaban los labios de Aryan, la piel de Aryan… todo Aryan me gustaba tanto ¡¿por qué mi cuerpo no era capaz de demostrarlo?! A veces temía… temía realmente que Ary se cansara de esa situación, de esa amistad con besos y palabras dulces, y se marchara.
Con esa peligrosa idea en mente, deslicé la mano y acaricié su cintura. Aryan era pequeño y algo enclenque, pero me enloquecía de igual manera. Su cuerpo era masculino sin ninguna duda. Cuando deslicé la mano por su cintura y bajé por su vientre plano más hacia el sur… estaba de más decir que no era femenino. No me molestaba tocarlo, ni la primera vez ni las siguientes, ni ahora. Aryan me encantaba. Disfrutaba tocándolo, sintiendo su forma y su suavidad.
Estaba determinado a hacer que lo nuestro funcionara, tenía que funcionar… y además, haría que Aryan olvidara por completo esa pesadilla.
Lo acaricié mientras le besaba la nuca, hasta que escuché sus ronroneos mientras despertaba. Giró en la cama y me enfrentó buscando directamente mis labios, mi mano no se detuvo sin embargo.
––Mmmh… ––ronroneó contra mis labios––. Buenos días.
––Buen día ––sonreí lamiéndole los labios.
Me sonrió, todavía un poco dormido. Enredó sus piernas a las mías y no dudé en hacer el beso más intenso. La boca de Aryan siempre se abría para mí, su lengua no dudaba en enredarse a la mía y nuestros labios sacaban chispas prácticamente. A medida que el beso se volvió más demandante con Aryan despertando, así mi caricia aumentó en intensidad incentivada por los gemidos sofocados de él.
Me gustaban tanto esos momentos, esos donde pasábamos minutos enteros besándonos y yo podía mimarlo, demostrándole que realmente disfrutaba de tocarlo y sentirlo. Saberlo agitado y tembloroso por mis manos y mis besos.
Y así estuvimos quién sabe cuánto tiempo, perdía la noción de todo cuando estaba con Ary. Al menos hasta que sentí cómo colaba su mano hacia abajo, desprendía el botón de mi pantalón y deslizaba los dedos dentro de la ropa. Respiré hondo y lo dejé tocar, lo dejé tocar uno… dos… tres minutos… sin que nada sucediera.
––La puta madre ––repliqué molesto apartándome hasta quedar sentado y darle la espalda.
Me llevé las manos a la frente y apreté. Me gustaba, me gustaba que me tocara y sin embargo mi cuerpo no reaccionaba, no demostraba lo que yo sentía. Y era tan humillante, tan vergonzoso no ser capaz de rendir físicamente para la persona que amaba y deseaba. Me sentía totalmente avergonzado y ridículo.
Sentí la mano de Aryan frotándome la espalda, amable y comprensivo.
––Ya… Jony, no importa, todo está bien.
––¡No! ¡Sí que importa, Aryan! ¡Dejá de minimizarlo, mierda! ––exclamé separándome molesto.
Me levanté y fui a encerrarme al baño, cerré de un azote la puerta y apoyé las manos en el lavamanos. Aryan era tan amable con respecto a lo que nos sucedía, pero su amabilidad y comprensión terminaban por enfermarme, porque no soportaba que él lo dejara pasar, que no le diera importancia para hacerme sentir mejor… porque sí era un problema y sí importaba.
Me lavé la cara con agua bien fría y respiré agitado, los cambios bruscos de humor habían sido moneda corriente durante la rehabilitación… era normal tener ataques de ira cuando no podía caminar o siquiera estirarme a tomar un vaso con agua. Ahora que estaba bien… en mayoría, no deberían regresar. Pero es que prefería seguir con muletas antes que ser incapaz de hacerle el amor a Aryan. No estaba enfadado con él, estaba enfadado conmigo y con el mundo. Y si existía un Dios o lo que fuera allá arriba, le dedicaba su buena cuota de puteadas… “Después de todo lo que nos pasó, tampoco me vas a dejar amarlo, hijo de puta”.
Reconozco que también era una cuestión de ego masculino. Ese estúpido ego masculino que se nos inculca, sí, se nos inculca a todos y cada uno de los varones. Y así pasamos nuestra niñez compitiendo por ver quién orina más lejos, nuestra adolescencia midiendo quién la tiene más grande y nuestra juventud contando los acostones o las mujeres más atractivas. Siempre creí que Freud estaba equivocado, el complejo del pene lo tenemos los hombres, no las mujeres.
Respiré hondo y salí del baño. Aryan estaba sentado en la cama, abrazándose las rodillas y con la mirada perdida… me sentí la mierda más grande del mundo. Me senté y lo abracé por detrás, le besé la nuca y escondí el rostro en su cabello.
––Perdoname ––susurré.
––No quería hacerte enfadar.
––No, no es tu culpa… soy yo que me pongo idiota por cualquier cosa. Vos sólo… vos sólo querés hacerme sentir mejor. Perdóname, exploto… viste cómo es ––traté de disculparme, inútil y atropellado.
––Es que no tienes que frustrarte tanto, Jony…
––No quiero hablar de eso ¿está bien?
––Está bien ––suspiró.
Cuando lo callaba de esa manera, porque le cortaba cualquier palabra dulce que tuviera para darme… me sentía todavía peor, pero me sentía temeroso de que fuera a insultarme y mandarme a donde no brilla el sol… bien merecido lo tenía.
Pero Aryan giró la cabeza y me dio un beso dulce y delicado en la mejilla. Lo estreché más fuerte, apretando esas manos contra su pecho y entrelazando nuestros dedos.
––¿Dormiste bien cuando llegué? ––decidí preguntarle.
––Sí… sabes que cuando estás cerca todas las pesadillas desaparecen. Lamento seguir con esto, de verdad lo lamento.
––Hey… pará de disculparte por cosas que no son tu culpa ––lo reprendí apretándole las manos y haciendo que me mirara, nuestras narices se rozaron y yo sonreí por la cercanía––. Es normal que tengás esos miedos.
––No quiero tenerlos ––protestó girándose para acurrucarse contra mi pecho––. Estoy harto de tenerlos.
––Ya sé… tenés que mentalizarte en que ese tipo nunca te va a volver a poner una mano encima. ¿Entendés, Ary? Nunca.
––No lo sabes ––me sonrió con tristeza––. No lo sabes, Jony. Tengo miedo porque… no está, se fue. ¿Y si viene para Argentina? ¿Y si…?
––Y si se le ocurre poner un pie acá le parto el culo a patadas, eso ––proclamé orgulloso, le besé la frente y luego los labios––. No te va a volver a tocar porque yo no lo voy a permitir ¿entendés? Porque si no le alcanzó la cagada que le puse la vez pasada, será una más grande ahora.
Me miró fijamente, con esos grandes y claros ojos que hablaban por sí solos. Y cuando una sonrisa llena de admiración, orgullo y amor se asomó… sentí deseos de volver a tumbarlo en la cama e intentarlo otra vez. Pero me contuve y simplemente froté mi nariz contra la suya.
––Súper Jony… al rescate ––susurró contra mis labios.
––Te bajo el gato del árbol y todo.
Se rió, me reí y nos besamos.

~»¦«~


Desayunamos con Mía, entre charlas y risas ligeras. Ary intentó disculparse con ella por seguir con sus pesadillas noche de por medio, pero en respuesta, ella le tiró un bizcocho por la cabeza. Mía amaba a Aryan, no de la forma en que yo lo hacía por supuesto, pero sí de la forma en que me amaba a mí y yo a ella. De esa manera que no era romántica, sino fraternal. Éramos hermanos de alguna manera, siempre lo habíamos sido, y Aryan era su nuevo y preciado hermano menor.
––¿A Brasil? ¿Viajábamos a Brasil? ––sonrió ella cuando Ary comenzó a contar la parte agradable de su sueño.
––Ajá, y tú estabas con Patón.
––¿Estaba? ¿Estaba… de estar-estar?
Ary asintió y yo me eché a reír a pierna suelta, mientras que Mía lo miró horrorizado y luego le dio un zape en la cabeza.
––¡Eh! ¡Pará un poco! Me lo vas a dejar tontito de tantos golpes ––reí acercándome a abrazar por la cabeza a Aryan.
––Es que es un sueño muy boludo. ¿Yo con Patón? ¿Por qué mejor no me hacías lesbiana? Iba a tener más sentido ––se defendió.
Nos reímos nuevamente. El sueño de Ary había sido hermoso por lo que contaba. Viajar los cuatro a una playa agradable, compartir una cama grande y demás. Mía y Patón, la idea circulaba en mente de nuestro reducido grupo… especialmente porque él estaba enamorado de ella desde la prehistoria, pero ella simplemente no lo veía de la misma manera.
Para mi sorpresa, había esperado que el enorme gesto del ante año pasado fuera conmovedor para Mía. Que el que Patón aceptara a Aryan en mi vida, y no sólo eso, que quisiera casarse con él para retenerlo en Argentina… supuestamente debería haber sido algo que enamorara a nuestra amiga. Mía era la clase de mujer que no quería a un hombre adinerado, apuesto o pendiente de ella, buscaba a un hombre inteligente y bueno, bueno como de mente abierta como lo era ella. Patón había cumplido muy bien un par de requisitos ese año… pero no parecían llegar a ella.
Mía era una persona demasiado especial, demasiado maravillosa… ya fuera con Patón o con otro, iba a tener que pasar por un intenso escrutinio por parte de Aryan y de mí.

~»¦«~

Regresé a mi departamento luego del desayuno. Mía tenía que estudiar y Aryan mucho para leer.
Ni bien abrí la puerta, un maullido me recibió. Sonreí inclinándome para alzar al enorme gato rayado. Se llamaba Loki y era una pelusa gigante. Había terminado en el departamento por mera casualidad, y porque yo era de corazón blando cuando de Aryan se trataba.
Llevé a Ary a la Feria de las Pulgas en una ocasión, una feria de artesanos que quedaba en la calle Belgrano y aparecía los fines de semana. Entre collares, plantas, panes rellenos y otras cosas, había personas que llevaban animales para dar en adopción. Y ahí estaban, esas grandes orejas blancas asomándose por una caja. Era el último que quedaba, pequeño, desnutrido, feo y lleno de pulgas. Aryan lo sacó de la caja y yo supe que no habría vuelta atrás.
––Me lo llevo, te juro que me lo llevo ––me dijo Aryan abrazando a la pulga contra su pecho.
––Mía es alérgica a los gatos, te mata si le llevás uno ––traté de hacerlo entrar en razón.
––Pero… Jony, se va a morir si se queda aquí.
––Bueno… no va a ser el primero.
––¡Jonatan!
Me froté la nuca en ese momento y lo vi tan preocupado por el gato, tan angustiado por no poder llevárselo. Por un momento hasta lo escuché considerar el ir a llevarle comida y todo lo que le hiciera falta. Pero estaba tan encariñado con esa rata orejuda que no tuve opción.
––Bueno… se puede quedar conmigo ¡pero vos te hacés cargo!
En medio de la feria, Aryan tuvo uno de esos gestos que una vida homosexual le había enseñado a no tener: me besó en público.
Me llevé a la rata al departamento. Al principio se orinaba y cagaba por todas partes, lloraba si se quedaba solo, se quedaba temblando en un rincón si no lo dejaba subir a la cama, y chillaba a tempranas horas porque tenía hambre. Fue como tener un bebé recién nacido… literalmente. Porque Aryan iba al departamento a alimentarlo con biberón, tranquilamente lo bañaba, le ponía las gotas en los ojos para la conjuntivitis y limpiaba los desastres que dejaba. Verlo tan dedicado a una criatura así… me hizo amarlo mucho más.
Cuando Loki cumplió los tres meses ya podía subsistir por su cuenta. A los cinco meses lo llevé al veterinario para castrarlo y desde entonces se volvió más sociable, gordo y su pelaje era más espeso. Ya con casi un año estaba hecho un enorme tigre blanco… que hacía una fiesta cuando su papá Aryan llegaba a visitarlo.
Le acaricié entre las orejas y me lo llevé al cuarto. Agradecía que el animal estuviera allí, era una agradable compañía.
Me dejé caer en la cama con Loki en mi pecho, mientras yo le amasaba las orejas él me amasaba el pecho.
Miré hacia el reloj en el velador, era temprano, podría dormir un poco y luego almorzar… e ir a la facultad. No a la Derecho, porque la había dejado. Mi mamá puso el grito en el cielo cuando le conté mi decisión, porque después de todo me quedaba poco para terminar y convertirme en abogado. Pero tener una experiencia verdaderamente cercana con la muerte me había aclarado un par de cosas, y una de ellas era que no iba a hacer de mi vida lo que no quería ni me gustaba. En realidad… todo se lo debía a Héctor, quien me llevó a Córdoba la guitarra de mi papá. Todo fluyó, se dio natural sin que me diera cuenta. Nunca antes había tocado un instrumento, pero empezar con esa guitarra lo dijo todo.
Además de Aryan, la música era algo que me tranquilizaba mucho. Sirvió mucho a la rehabilitación de mis manos el tocar la guitarra, me bajaba los tutoriales por internet y aprendía. Tocaba para Aryan cuando iba a visitarme, sin darme cuenta de la facilidad que tenía para aprender y avanzar. Hasta que, fue Ary quien lo dijo:
––Deberías estudiar algo relacionado a la música.
Licenciatura en Instrumentos Musicales.
Duraba cinco años. Era empezar desde cero cuando ya no tenía edad para hacerlo… pero lo hice, porque tenía que hacer algo que me proveyera felicidad. Que cuando llegara realmente mi momento de irme, no mirara atrás y me arrepintiera por no haber hecho cuanto quería en mi vida.
Como todas esas carreras que parecían no valer ni dos pesos, que todos decían que el día de mañana nos íbamos a morir de hambre… era MUY difícil. Igual que la carrera de Aryan, tenía tanto por leer, mucho más que cualquier estudiante de abogacía o lo que fuera. Y yo, tenía mucho por aprender y entender, entre eso: tocar todo instrumento musical que me pusieran en frente.
Era difícil… pero yo tenía facilidad, cosa que no dejaba de sorprenderme.
––Tu papá tocaba la guitarra… quizás heredaste su talento musical ––me dijo Aryan un día.
Y yo sonreí como un tonto sintiéndome tan orgulloso por eso.
Aryan me impulsaba tanto en la vida, me hacía sentir mejor persona todo el tiempo… me hacía alguien bueno, alguien que se superaba y seguía adelante. Aryan era… era mi motor desde hacía mucho tiempo. Y aunque a mi familia le costó un poco aceptarlo, estaba todo bien.
Héctor ya sabía, y mi mamá lo aceptó rápido; para dos de mis hermanas fue una sorpresa pero no fue problema, excepto para Sofi, para ella fue chocante y por un tiempo no quiso hablarme. Y yo no le hablé tampoco por más que Aryan me decía que lo intentara ¿qué tenía que hablar? Yo no veía las cosas igual que Aryan. Él había vivido así toda su vida, estaba acostumbrado (desgraciadamente) al rechazo y las dudas de la gente, estaba habituado a que alguien dejara de hablarle por su condición sexual. Yo no. Yo no soportaba que alguien me estuviera juzgando por algo tan básico y que no era asunto de nadie más que mío y mi pareja.
A Sofía se le pasó eventualmente, pero las cosas –hasta la fecha- no terminaban de estar bien. No era yo el que estaba en falta a fin de cuentas.
Tampoco era como si me hubiera declarado gay… sólo tenía ojos y deseo para Aryan.
––Aryan… ––susurré, Loki alzó las orejas y se irguió sobre mi pecho ––. Sí, sí, tu papá.
Pero el gato me ignorò y se quedó mirando hacia la nada. Seguí la dirección en donde se enfocaban sus ojos, pero sólo estaba el espacio libre del cuarto y la pared blanca. No había nada que pudiera llamar su atención.
––¿Qué mirás? ––m reí, pero la atención absoluta de Loki me preocupó un poco.
Pese a que siempre estábamos bromeando sobre sentir a nuestros padres cerca, que habíamos sido unidos por ellos, que nos cuidaban y vigilaban, y de vez en cuando enviaban ayuda… a decir verdad jamás se me había ocurrido ser partícipe de algo paranormal. Nunca había experimentado nada que no pudiera explicar racionalmente. Y de todas formas… quizás el gato simplemente estaba mirando una pelusa que yo no podía ver ¿cierto?
––Cierto… ––susurré no muy convencido, como si el plantear el interrogante de repente hiciera todo… posible.
De repente, una vibración que nada tenía que ver con Loki me sacudió todo el cuerpo. Metí la mano en el pantalón y saqué el celular. Tenía un mensaje de un número que hacía mucho no usaba ni veía… pero que podía recordar perfectamente a quién pertenecía.

“Estoy en tu puerta, abrime por favor. Tenemos que hablar”


Me lo pensé, miré a Loki como si fuera a ir a contarle a Aryan. Sin embargo, dejé al gato en el cuarto y me levanté para ir a abrirle a Antonella.


Continuará...