¡Bienvenido, Lector! Aquí te presento la segunda parte de "Dos Océanos", si no has leído dicha obra te recomiendo hacerlo para disfrutar mucho mejor esa secuela (Ebook). Para aquellos que hayan llegado a leer partes de "Y la Vida nos alcanzó" sepan que en los primeros capítulos hay muy leves modificaciones, no grandes cambios de trama.
Iré actualizando lo más pronto que pueda, pero sepan que esta parte se publicará aquí hasta el final. No voy a poner todos los capis gratis y vender el último en ebook, no xD.
Una justa advertencia antes de empezar a leer: Dos Océanos fue escrita pensando en que fuera leída por cualquier persona, esta segunda parte, sin embargo (debido a obvios avances en la historia de Jony y Ary como pareja) ya no será tan "inocente" y neutral para el lector. Y la Vida nos alcanzó puede llegar a tener momentos homoeróticos (por si acaso advertiré cuando haya un capítulo con dicho contenido), pero cuidados y lo más lejos de lo vulgar.
Así que espero que lo disfruten, que me dejen sus opiniones, que lo compartan con sus amigos lectores y sean parte de estos personajes y sus vida. ¡Gracias por estar!
Capítulo 1
El Sueño de Aryan
Las
hebras negras se agitaban entre mis dedos al acariciarlas. Tan rebeldes, ya no
tan suaves al estar totalmente enredadas por el viento que las azotaba, pero
aún así se deslizaban entre mis caricias. El cabello de Jonatan se agitaba
furioso por el viento que entraba por la ventanilla baja del coche, a cien km
por hora podía escucharse el escándalo que eran las corrientes de aire. El
mundo pasaba veloz a los lados, pero dentro del coche estábamos calmos y
tranquilos… no, mentira, yo estaba tan emocionado como un niño que acude a la
juguetería por primera vez. Jonatan lucía tranquilo como un actor de Hollywood,
con los cabellos que se agitaban, los lentes negros protegiéndole los ojos
verdes del sol y una mano tranquila aferrada al volante… porque la otra estaba
en mi pierna.
Jonatan
es tan atractivo, tan guapo. No podía dejar de mirarlo en ese momento, con el
paisaje que pasaba verde y veloz a su lado; la tranquilidad con la que
conducía, su perfecto rostro. Me gustaba tanto, no me cansaba de verlo ni aunque
él se sintiera incómodo. Desde que tenía la libertad de verlo sin tener que
explicarle o apartar la mirada… no me cansaba de hacerlo.
––Auto celeste a auto rosa, cambio.
Me
reí y cogí el walkie talkie.
––Aquí
coche rosa ––contesté apretando el botón del comunicador––. ¿Qué sucede, coche
celeste?
––Tenés que decir “cambio”, Aryan
––suspiró del otro lado Patón––. Cambio.
––Vale,
¿qué sucede?... cambio.
––Preguntale al gil de tu novio cuánto falta
para llegar, Mía se está haciendo pis encima. Cambio.
Volví
a reír y miré a Jonatan, él también sonreía. Me hizo un gesto para que abriera
la guantera, de allí saqué un mapa y lo desplegué. No estábamos perdidos, pero
allí Jony había anotado las distancias entre cada localidad que dejábamos
atrás.
––Estamos
a… sesenta km. Cambio ––le contesté.
––¿Media hora entonces? Cambio.
––Decile
que paramos en la próxima estación de servicio ––me cortó Jony antes de
contestar––. Faltan sesenta km, pero es todo subir y bajar montañas, vamos a ir
en espiral y se hace lenta la marcha así. Yo le calculo una hora más.
Le
informé aquello a Patón y accedió a que nos detuviéramos en la siguiente
estación. Me giré para ver por la ventanilla. El coche de Patón me hizo juego
de luces y Mía agitó la mano saludándome, le devolví el saludo con una sonrisa.
Llevábamos
ya casi dos días de viaje, todos estábamos cansados, pero para ella debía ser
realmente complicado con eso de ser mujer y no tener la misma facilidad que
nosotros para ir al baño en cualquier parte de la carretera. Y ni quería
imaginarme las bromas que su ahora novio le estaría haciendo al respecto.
Afortunadamente, tenía a Jony con su sentido común y aprecio por sus partes
nobles como para no tener problema en parar cuando hacía falta. Patón no quería
que nos detuviéramos mucho; había muchos camiones en la carretera, y como había
bastante tráfico era difícil pasarlos. Detenerse equivalía a dejar que esos
camiones volvieran a quedar delante de nosotros y pasar por la misma odisea.
Íbamos
a Brasil. Bueno, ya estábamos en Brasil en realidad, habíamos pasado la
frontera y hecho migraciones el día anterior. Ahora íbamos a Camboriu. Era un
viaje realmente largo, aunque íbamos bastante cómodos teniendo en cuenta que decidimos
viajar en dos auto; Jony y yo por un lado, Patón y Mía por el otro. Llevábamos
de todo, también era por eso. El techo de nuestro coche llevaba sombrillas y
reposeras, y el baúl estaba lleno de maletas; mientras que el de Patón llevaba
bicicletas enganchadas a la puerta del baúl y las maletas en el techo. Un viaje
largo… pero yo ya lo estaba disfrutando.
Suspiré
contemplando el magnífico camino, era como haber hecho un salto en el espacio y
el tiempo, y de repente estábamos en esos conocidos paisajes irlandeses de
grandes y verdes campos. Había cosechas por doquier, Jony me decía que algunas
parcelas eran sembradíos de soja, de maíz y tabaco. Otras no podía
reconocerlas, pero eran sencillamente hermosas. Grandes colinas que parecían
tapizadas por alfombras verdes, de un verde tan claro que parecía irreal. Y como
si eso no fuera suficiente, pasábamos por lugares donde la banquina estaba
decorada por incontables plantas de hortensia, con sus grandes y pomposas
flores en esplendor. Era un paisaje mágico.
Me
recosté en el asiento y tiré del cinturón de seguridad con molestia, no lo
aguantaba, pero Jonatan me prohibía quitármelo siquiera por un segundo. Era la
cosa más incómoda que pudiera haber sido inventada, pero también la más segura.
Aún cuando íbamos en un coche que tenía doble airbag, Jony no corría riesgos.
––¿Tienes
sed? ––le pregunté mientras me giraba -con mucha incomodidad- al asiento
trasero para buscar en la nevera portátil una lata de refresco.
––Sí,
dale. Voy a cerrar los vidrios. Si vamos a parar en una estación de servicio,
no importa prender el aire ––me contestó haciendo inmediatamente lo que había
dicho.
Fue
un alivio sentir el frescor circular por la cabina. Ir con el aire
acondicionado encendido gastaba mucho combustible, pero siendo que nos
detendríamos dentro de poco para que Mía fuera al baño, podríamos recargar y
darnos el lujo de estar frescos una hora.
Saqué
una lata, la abrí y se la tendí. Jony dio dos tragos largos y me la devolvió.
Me le quedé mirando y sonreí acariciando la mano que luego de pasar de marcha
regresaba a mi pierna.
––¿No
te han dolido las piernas? Digo, por estar con los pedales tantas horas.
Me
sonrió, me sonrió con esa expresión que siempre decía por sí sola que no me
preocupara. Entrelazó sus dedos a los míos y regresó la vista a la carretera.
Yo no dije más, atontado por su agarre y su sonrisa. Era como ver directo al
sol, me encandilaba, me dejaba en una nube donde no podía quejarme de nada ni
cuestionar nada, porque con verlo sonreír el mundo se iluminaba de repente.
Al
comienzo, no había estado muy convencido de hacer semejante viaje. Primero que
nada porque Jonatan apenas si terminaba su recuperación, y luego porque íbamos
a la playa. Siempre había detestado la playa. Pero Jony me pintó, literalmente,
un mundo de colores: que el agua era verde clara y transparente, que era tibia
(aunque en Valencia también era así, el mar era cerrado), que había olas para
divertirnos y la arena era blanca. Pero más que nada, que íbamos a pasar un
tiempo juntos y a relajarnos, a distendernos y tomarnos un descanso del
terrible año que habíamos pasado.
Jony
necesitaba despejarse, dejar atrás la rehabilitación, los medicamentos, los
doctores, los puntos, las cirugías, la comida controlada y tanto más. Y quizás
yo también lo necesitaba. Aunque ya llevar un año viviendo en un país desconocido
debería ser suficiente para mí… pero no lo era, porque también quería cambiar
de aires para estar con Jonatan.
Llevábamos
un año juntos… un año de relación verdadera desde que Héctor fuera a buscarme
al aeropuerto, evitando que me marchara nuevamente a España. Un año desde que
entré al cuarto de hospital de Jony, lo abracé y le prometí que me quedaría a
su lado, en que me besó, en que lo besé y nos prometimos amor.
Llevábamos
un año juntos… pero no habíamos hecho el amor. En realidad, ni siquiera nos habíamos
masturbado entre los dos, ni siquiera eso. No que no hubiéramos intentado, pero
Jony no podía… no podía gracias a todas
las drogas que estaba tomando. Jonatan no podía, se frustraba y enfadaba…
consigo mismo. Me besaba apasionado, me acariciaba y yo le respondía, pero en
su cuerpo no hallaba la misma respuesta que en el mío. Él se molestaba, lo veía
en conflicto entre su cuerpo y su mente, cosas que no podía controlar. Así que
yo terminaba preocupado, le restaba importancia y eso no hacía más que enardecer
la ira de Jonatan. “Sí es un problema, Aryan”, me decía… yo lo negaba, pero en
el fondo sabía que era cierto.
Tenía
miedo, muchísimo miedo. Temía que tras todo lo que habíamos pasado, el no poder
concretar de manera física lo que sentíamos fuera un indicativo de que en
realidad ese no era un amor romántico como habíamos pensado… al menos no por
parte de Jonatan. Que su amor era desmedido hacia mí, pero eso no implicaba
verdadero romance, y que por tanto yo seguía en esa tortura del amor no
correspondido como en un comienzo.
Lo
amaba, lo amaba demasiado… y muy contrario a la valentía y autoestima que había
demostrado un año atrás en el baño de la disco que se terminó incendiando, no
me importaba que Jonatan no me amara como yo lo amaba a él, ya no. Después de
todo cuanto habíamos pasado, ya no era capaz de conservar un mínimo de orgullo
y simplemente retirarme si acaso el romance era unilateral. Sabía perfectamente
lo que significaba pensar y sentirse de esa manera, sabía que muchas personas
dirían que estaba en una relación abusiva, vacía o lo que fuera, pero nada de
eso me importaba. Con sexo o sin él, yo sabía que Jonatan me amaba de verdad.
––Ya
casi llegamos, rubio precioso.
Jony
me sacó de mis pensamientos, llamándome de esa manera que había adoptado a lo
largo del viaje. Cada vez que me llamaba así, pronunciaba las erres con energía
como si estuviera ronroneando y me acariciaba el mentón mientras me miraba de
esa manera que, yo sabía era amor. Yo
lo miraba de la misma manera.
Pese
a mis miedos, pese a nuestros problemas y lo que fuera… Jonatan siempre hacía y
decía cosas que me dejaban en claro que me amaba. Palabras tan llenas de afecto
y respeto, palabras tan intensas como las que me había dedicado en su lecho de
recuperación en el hospital después del trasplante de riñón. Palabras sinceras
y actos que decían tanto.
Sí,
teníamos un problema… pero debía recordarme que no era por culpa nuestra, era
por culpa de las drogas que Jony tomó por tanto tiempo en pos de estar mejor de
salud.
~»¦«~
Cuando
llegamos a Camboriu, me sentía tan cansado como si hubiéramos estado viajando
por una semana. Llegamos entrada la tarde, pero pese al cansancio me maravillé
con esa extraña ciudad. Parecía una ciudad pequeña y costera, sin embargo tenía
sus edificios distribuidos que eran altísimos. No es que nunca hubiera visto
edificios grandes, pero el hecho de que en Camboriu no fueran uno al lado del
otro y de estaturas parejas, me sorprendía mucho.
Dimos
unas cuantas vueltas por el centro para conocer, y en el camino para buscar
hospedaje. Me gustó ver cómo los conductores eran respetuosos con el peatón. En
mayoría no había semáforos, pero sí muchas sendas peatonales… donde los coches
se detenían y dejaban pasar a las personas por más que no hubiera un semáforo
que lo indicara. No quise decirlo en voz alta, pero el respeto que se manejaba
en Brasil era muy superior al que había en Argentina. Seguramente Jonatan y los
demás lo sabían, pero los argentinos tenían ese patriotismo desmedido que era
mejor no poner a prueba.
Jony
y Patón habían decidido ya en Córdoba que no haríamos reservaciones, porque
bien podían vendernos algo por internet y al llegar quizás era una pocilga. De
todas formas, había personas en las esquinas que hacían tintinear grandes y
cuantiosos llaveros en sus manos, que nos hacían señas al ver las patentes de
Argentina y que llevaban carteles que decían “Aluga”.
Nos
turnamos para bajar e investigar los pisos que nos ofrecían, y al final optamos
por rentar uno de dos habitaciones. Era espacioso, tenía dos balcones amplios,
una sala-comedor, una cocina con lavadero y dos baños.
Mía y
Patón se instalaron en el cuarto más grande, Jony y yo en el restante.
Dejé
mi bolso sobre la cama y lo miré algo avergonzado, mientras que todos habían
llevado maletas enormes y bien cargadas, yo apenas si había viajado con poca
ropa. Miré con cierto nerviosismo la cama de dos plazas. Ya había compartido la
cama con Jony en incontables ocasiones, pero esta vez era diferente, era como
si el hecho de ser dos plazas la hiciera oficialmente para una pareja…
oficialmente para nosotros. Aunque tuve el temor de que pese a todo, no
fuéramos a usarla de la misma manera en que lo harían Mía y Patón. Y por favor,
esperaba de corazón que las paredes no fueran delgadas.
No
quería parecer un sexópata. Por momentos me sentaba a pensar si acaso estaba
exagerando y quizás mi comportamiento terminaría por espantar a Jonatan… pero
entonces sentía lo mismo que en ese momento: un par de fuertes brazos que me
rodeaban por la cintura y una boca que se pegaba a mi nuca haciéndome
estremecer. Me giré y lo rodeé por la nuca con los brazos, mirándolo sonriente
y contento, tal como él me miraba.
––No
te preocupés… no voy a dejar que el mar te lleve ––me dijo cerca de los labios.
––¿Ah
no? ––me sonreí sabiendo que comenzaría a gastarme una broma.
––No.
Te voy a poner esos flotadores en los brazos, como los que usan los nenes.
––¿Con
dibujos de Bob Esponja?
––No,
porque si no te vas a hundir ––se rió.
Me
reí y lo besé.
Las
primeras veces que nos habíamos besado ya estando juntos, cuando Jony salió del
hospital… no terminaba de creerme que estaba sucediendo, que realmente nos
besábamos, que Jony era mío para besarlo.
Para
mi sorpresa, el beso que yo creía breve fue profundizado por él. Le abrí mi
boca y respondí con entrega. Le acaricié los cabellos de la nuca y él deslizó
las manos por mi cuello… esa caricia me derretía. Yo conocía bien esos puntos
que si bien no eran erógenos, sí lo enloquecían; le gustaba que le acariciara
la nuca, le gustaba que jugara con el lóbulo de su oreja derecha y le gustaba
que no me callara si algo me hacía sentir bien. Fue un beso increíble, un beso
excitante que hacía tiempo no compartíamos. Y de hecho, Jony comenzó a tocarme,
con confianza y maestría, sabiendo exactamente dónde y cómo.
Me
derretí, me entregué y gemí dentro de su boca. Sus manos me hacían estremecer,
pero más aún era el hecho de que nos estábamos tocando como nunca antes… allí,
frente a esa cama grande.
Bajé
las manos por su cintura y llegué hasta los pliegues de la remera, los sujeté y
comencé a subirlos con toda la intención de retirar la prenda… una prenda a la
vez, frente a esa gran cama.
––Che,
¿van a querer comer algo antes de ir a la playa?
Nos
separamos con un beso chispeante. Patón había entrado sin llamar a la puerta y
nos miraba impaciente.
––¿Qué
tal si te vas a la mierda? ¡Aprendé a tocar la puerta, gil! ––le bufó Jonatan
empujándolo para cerrar la puerta––. Pero sí, nos bañamos y vamos a comer.
––¡Bueno
eh!
Incómodo,
me revolví los cabellos y sonreí con cierto nervio. Se me había bajado la
excitación y me sentía fuera de lugar. Jony tenía la ropa revuelta gracias a
mí, y nuevamente comencé a sentirme un sexópata.
––Perdón…
––le dije frotándome la nuca.
––¿Qué
decís? ––se rió él quitándose la remera por encima de la cabeza, cosa que
dificultaba mi capacidad de concentración. Me preguntaba muchas veces y con una
clara inseguridad si acaso él se distraía cuando yo me quitaba la ropa.
––Por…
siento que te estoy presionando todo el tiempo con esto del sexo. Y recién… se
me fue la mano, perdón.
––Hey…
no digás tonteras.
Me
abrazó por la cintura y me frotó la espalda. Un beso suave en mis labios y
luego en la frente.
––Te
prometo que vamos a hacer el amor.
––Jony…
––traté de interrumpirlo totalmente sonrojado.
––No,
escuchame ––insistió sujetándome del mentón para que no le esquivara la mirada,
mientras él me contemplaba con unos ojos verdes que refulgían… ardorosos y
sinceros––. Te amo, Aryan, te amo. Quiero estar con vos de una vez, necesito estar con vos en todo sentido.
Y ahora vamos a poder. Ya no estoy medicado, ya no estoy adolorido ni nada. Te
amo y vamos a hacer todo.
Me
quedé sin habla, mirándolo absolutamente maravillado y preguntándome por qué
había dudado de él y sus sentimientos. Sentí que mi pecho se expandía, porque
necesitaba más espacio para albergar el creciente amor hacia él.
Lo
besé en los labios y asentí con una sonrisa.
~»¦«~
El
primer día de playa fue agotador. Ya estábamos cansados por el viaje, pero no
queríamos perder tiempo. El clima estaba ideal y pese a que pasaban de las
cinco, el sol era bastante intenso.
Luego
de ducharnos y sacarnos prácticamente los dos días de viaje de encima, salimos
a comer algo tranquilo. Jony les decía “panchuques” y Patón “panchito
electrónico”, yo veía un perro caliente cubierto con tres capas de masa salada
y aderezos. Con eso calmamos el hambre y una soda para aplacar la sed. Luego,
regresamos al departamento en busca de las reposeras, la sombrilla y demás, nos
encaminamos a la playa.
Jonatan
tenía razón: era un lugar hermoso. La arena era casi blanca y muy fina, el mar
era verdoso y de una temperatura agradable, las olas intensas para divertirse y
la gente simplemente no tenía prejuicios en cuanto al cuerpo. Veía a las
mujeres de todas las edades y todos los talles con bikinis, y hasta los hombres
de variadas edades y tamaños de barriga con slips. Era un cambio agradable de
los estereotipos y demandas de cuerpos perfectos… y quizás por eso Jonatan y
Patón resaltaban tanto. Primero porque ambos estaban blancos como las piernas
de una monja, y segundo porque eran muchachos altos y vigorosos, con cuerpos
marcados esbeltos por el deporte y el gimnasio. Además, eran los únicos que no
usaban los slips, o como Patón les había dicho con cierto asco: “zungas”.
Nosotros usábamos los bañadores tipo pantalón hasta las rodillas.
Había
mucha gente, pero encontramos lugar. Había olvidado lo que era estar en la
playa, y aunque seguía sin ser enteramente de mi agrado, ver a Jony riendo y
jugando al futbol con Patón me hizo olvidar cualquier incomodidad.
Yo jugaba
con Mía a las cartas debajo de la sombrilla, ella con su bikini que resaltaba
muchísimo las dotes delanteras que la naturaleza le había dado. Muchas veces
pensaba que, de haber sido heterosexual, Mía habría sido una mujer de la cual
enamorarme… porque era sencillamente hermosa por donde se la viera y era una
persona con una mente que estaba adelantada varias épocas.
Como
fuera, jugábamos a las cartas mientras que nuestros novios se divertían con la
pelota. Novio, una sonrisa boba se
formaba en mi rostro cada vez que llamaba a Jony de esa manera, y más cuando
eran Mía o Patón quienes lo etiquetaban de esa manera: Dile a tu novio esto, tu
novio hace esto, con tu novio aquello. El sentimiento de propiedad que sentía
hacia Jonatan era cada vez más fuerte.
Seguramente
personas con un pensamiento moderno
tendrían para aleccionarme un buen rato sobre hablar de “propiedad”, sobre
cosificar a la otra persona, sobre la posesión y demás… Y lo entendería, porque
siempre había pensado de la misma manera sobre ese tipo de cosas. Pero quería creer
que yo estaba más allá de eso, que ese sentimiento de posesión era más bien de
pertenencia pero que no sabía expresarlo bien. Jony era mío como yo era suyo,
nos pertenecíamos, era eso.
––¡Eh!
¡Por qué no te vas a jugar a la otra punta, boludo! ––chilló Mía cuando la
pelota cayó encima de las cartas, desparramándolas por completo.
Patón
llegó corriendo en ese momento, sudado y con los cabellos revueltos, sin remera
y el bañador rojo.
––¿Cómo
que “boludo”?
––Bueno,
perdón: boludazo ––le sacó la lengua ella.
Patón
no dijo más, se le tiró encima y literalmente se la comió a besos mientras ella
reía y pataleaba. Me puse de pie para hacerme a un lado y no ganarme una patada
al aire, y en ese momento vi a Jony correr hacia a mí. Me recordó demasiado a
esas famosas escenas de Baywatch, cuando los bañistas corren en cámara lenta
dejando ver sus músculos bronceados y aceitados. Jony no estaba bronceado, pero
no le hacía falta. Estaba sudado y el cabello se le pegaba a la frente haciendo
que sus ojos verdes resaltaran más que nunca. Me dejó paralizado verlo así, de
manera que no pude defenderme cuando cual rugbier me sujetó por las piernas.
––¡Para!
¡¿Qué haces?!
Jony
no dijo nada, su sonrisa traviesa lo decía todo. Se inclinó y me cargó en su
hombro con demasiada facilidad como si me estuviera secuestrando o como si yo
fuera un saco de patatas. Me eché a reír, demasiado sorprendido y demasiado
contento al mismo tiempo.
––¡Jonatan!
––exclamaba mientras le daba palmadas en la espalda––. ¡Bájame! ¡No! ¡Eh no!
¡NO SE TE OCURRAAAA!
Grité
entre risas mientras entrábamos al mar. Si acaso tenía dudas sobre la fuerza de
sus piernas, se fueron en ese momento al verlo pasar a través de las olas para
adentrarnos más en lo profundo. Finalmente, cuando el agua le llegaba al pecho
y ya era mucho esfuerzo, me dejó caer y yo me sumergí en el agua salada. Emergí
indignado, lanzándole agua y diciéndole quién sabe qué tontería.
––Cabrón
––me reía tratando de quitarme los cabellos de los ojos.
Él
sonrió y se acercó para abrazarme, poniendo sus manos grandes en mi espalda
mojada. Una punzada de tonta vergüenza se apoderó de mí, esa punzada que me
había atacado toda la vida cuando estar cerca de otro muchacho era el asunto…
la punzada del qué dirán, de los ojos de todo el mundo posados en mí, y por
tanto el miedo a las represalias por ello.
––Nos
van a ver…
––Que
vean ––fue su respuesta antes de besarme.
~»¦«~
Cenamos
bastante tarde. Entre regresar de la playa, guardar las cosas, bañarnos todos y
arreglarnos se perdió mucho tiempo. A pocas manzanas del piso encontramos un
buen lugar para cenar, era un diente libre. Dieciocho reales y podíamos comer
cuanto nos viniera en gana, la bebida iba por aparte, pero estábamos bien de
dinero.
No me
gustaba ser ese tipo de persona (y mucho menos de pareja) que controlaba todo
lo que hacían otros, pero ver el plato casi rebalsando de Jony me preocupó
bastante. Ahora bien, verlo comer fue realmente sorprendente. Quizás porque
Patón y él habían sido los que condujeran, y por tanto habían estado más tiempo
despiertos y con la mente atenta, pero ambos cenaron como si no hubiera un
mañana. Los lugares donde había autoservicio tenían ese encanto en la gente, de
desesperaros y hacerlos servirse de todo un poco cmo si comida fuera a
terminarse en cualquier momento.
––Jonatan…
––comencé con cierta preocupación.
––Sólo
por hoy ––me dijo pasando con trabajo un pedazo de carne––. Estoy muerto de
hambre, Ary. Sólo hoy, ya mañana como… moderado.
––Vale,
pero corta con la sal un poco ––insistí apartando el salero de su alcance.
––Pollerudo
––canturreó Patón frente a mí mientras cogía el salero y se agregaba toda la
sal que Jony no podía.
––Chupala
––fue su respuesta.
––¿La
pueden cortar, por favor? ––se quejó Mía rodando los ojos––. Vos cállate, le
podés poner toda la sal que quieras, pero te está saliendo panza.
Vi
cómo le picaba la barriga por debajo de la mesa, Patón se sonrojó y pasó a ser
el “pollerudo” que tanto había criticado a Jony por hacerme caso. Así que le
acaricié la pierna que tenía al alcance y le sonreí. Él sabía que era por su
bien y en el fondo le gustaba que lo ayudara a cuidar ese riñón. Sólo tenía
uno, había que ayudarlo a seguir sano.
Regresando
al piso, compramos packs de cerveza de la marca más conocida que encontramos y
estando en la sala nos dedicamos a reír y beber. Jony no bebía normalmente,
pero quizás el que se lo hubieran prohibido después del trasplante y estar de
vacaciones ahora lo llevaron a dejarse estar, simplemente disfrutar. Al
principio me negué y hasta traté de impedirle que bebiera, el alcohol era lo
menos recomendable para personas que teníamos sólo un riñón… pero era sólo por
esa noche, nos merecíamos el descanso.
Nos
reímos hasta llorar, hasta que nos dolió el estómago y hasta que los vecinos
nos golpearon el suelo. Estábamos eufóricos por motivos diferentes, pero todos
llevaban a que riéramos y nos dejáramos llevar en ese momento.
––No
tenía nada de alcohol esa cerveza ––me decía Jonatan cuando lo entré al cuarto
entre tropezones y risitas tontas.
Lo
senté sobre la cama y le acaricié la mejilla que tenía una barba de dos días,
al día siguiente le recordaría que tenía que afeitarse. Él me miró con ojos
brillantes y risueños, estaba un poco borracho y me parecía la cosa más tierna.
––Venga,
te ayudo. Levanta los brazos.
Puso
los brazos en alto y así le saqué la remera por encima de la cabeza. Lo empujé
suave para que se recostara boca abajo y fui en busca de la crema que tan
sabiamente mi madre había dicho que empacara. Me dediqué a ponerle crema hidratante
en la espalda enrojecida, todo por estar jugando al sol.
––La
próxima vez me haces caso y te pones protector ––lo reprendí sin muchos ánimos
en tanto deslizaba los dedos por su amplia espalda––. ¿Te arde?
––Ya
no…
Suspiré
de gusto mientras dejaba que mis manos recorrieran su piel caliente y
enrojecida. Realmente no me gustaba la playa, pero después de ese día… quizás
comenzaría a verla con otros ojos. Después de besar a Jonatan en el mar,
después de acariciar su piel mojada, caliente y desnuda entre las aguas
saladas… después de que no nos importara nada más que nosotros mismos, creía
que la playa comenzaría a ser mi nuevo lugar preferido.
––Ary…
Jony se
sentó despacio, lo sujeté por los brazos para estabilizarlo y él me sonrió con
una cara boba de borracho. Me reí cuando se acercó a besarme. No era de mi
total agrado sentir el olor a cerveza en su boca, pero cuando profundizó el
beso… no tuve nada de qué quejarme. Y cuando sus manos retiraron la camisa
blanca que llevaba… realmente me había olvidado de la cerveza.
Respiré
agitado con sus dedos recorriendo mi pecho desnudo y me sobresalté cuando estos
bajaron para abrir el botón de mi pantalón.
––¿Jo-Jony?
––lo llamé nervioso.
––¿Mmmh?
––fue su sofocada respuesta contra mi cuello.
––¿Va
a… va a suceder?
––Sí…
Dejé
de respirar y me entregué a su beso. Me senté en la cama y abrí bien la boca
para enredarme a su lengua. Enterré una mano en sus cabellos negros y dejé
bajar la otra, atrevido y confiado… igual que él. Iba a suceder, íbamos a hacer
el amor, íbamos a ser una pareja en todas las de la ley finalmente.
¡PUM!
Mis
dedos vibraron junto a la cabeza de Jony de un segundo a otro. Pesado y laxo
cayó sobre mi pecho… el cual comenzó a sentirse caliente y húmedo. No llegué a
reaccionar… tenía los dedos rotos por el golpe que había recibido Jony en la
cabeza, pero aún así lo sujeté por los hombros tratando de sacudirlo mientras
su sangre me bañaba el pecho.
––Jony…
Jony… ¡Jonatan!
Jony
no se movía y su sangre manaba sin descanso. En medio de mi llanto histérico,
escuché un par de pies que se arrastraban del otro lado de la cama, alcé la
vista y lo vi…
––No…
Juan,
mi padrastro, emergió de las sombras del balcón con un palo de cricket en la
mano, el extremo estaba manchado en sangre y tenía algunos cabellos negros
pegados también.
––Te
dije que te iba a educar, criajo.
Lo vi
alzar el palo, el palo con el cual le había destrozado la cabeza a Jonatan… ¡y
hacerlo descender hacia mí con la misma fuerza!
––¡¡¡JONATAN!!!
¡¡NO, POR DIOS, NO!!
Me
desperté llorando, histérico y tembloroso. Sollozando, con el sudor frío
corriendo por todo el cuerpo y sin control en las manos, tiré casi todo lo que
había en la mesita de noche para encender el velador. Me giré rápido y miré
hacia la puerta de mi balcón, cerrada y con las cortinas tapándola. La ventana
cerrada, nadie más que yo en el cuarto… yo y mis miedos, yo y mis puntuales
pesadillas que siempre aparecían a las tres de la mañana. Las tenía desde hace
tiempo, muy de vez en cuando de hecho, no terminaban de irse… nada en la vida
se iba completamente. Pero estas pesadillas, tan vívidas, tan fuertes y
espantosas habían regresado con una fuerza avasallante hacía dos semanas.
Jonatan
iba a España conmigo, íbamos de paseo a Venecia, viajábamos a Jujuy a conocer a
su familia… no importaba, siempre terminaban de la misma manera: con Juan
asegurándose de la manera más carnicera que Jonatan y yo no estuviéramos
enteramente juntos.
Me llevé
las manos a la cabeza, me palpitaba con fuerza y las lágrimas no dejaban de
caer mientras lloraba en voz alta. Pese a que sabía que estaba solo, sentía la
pesadilla a flor de piel como si en cualquier momento fuera a volverse
realidad, como si descuidarme o confiarme le confiriera fuerza a Juan… y
aparecería. Casi podía sentirlo mirando sin ver… del otro lado del balcón, con
el palo de cricket en la mano, balanceándolo de un lado a otro con paciencia…
porque iba a esperar a mi descuido, iba a esperar porque tenía todo el tiempo
del mundo y su propósito era claro. Sentía que al día siguiente abriría la
puerta y encontraría un rastro de vaho en el cristal… encontraría el aliento de
Juan, la prueba de que había esperado toda la noche.
No me
había dado cuenta de que temblaba tanto hasta que quise alcanzar el móvil en la
mesa, el sudor me había pegado el pijama a la piel y ya estaba frío. Quise
taparme, pero eso implicaba apartar la vista de la puerta… y concederle terreno
a mi pesadilla. Asustado, cansado y tembloroso me quedé donde estaba, hasta
sentí los dedos agarrotados en la mano que Juan había roto en el sueño… y me
tensé hasta el punto en que me dolió todo el cuerpo cuando escuché pasos que se
acercaban a mi puerta.
Él
entró y corrió hacia la cama para abrazarme. Me aferré con fuerza a su pecho y
lloré en silencio para no preocuparlo más… aunque eso de venir religiosamente
varios días pasadas las tres de la mañana a consolarme ya era bastante
preocupante.
Jonatan
movió las mantas y se metió en la cama a mi lado, me acurruqué sobre su pecho
mientras él me estrechaba y frotaba la espalda. Su tacto cálido era confortable
y conciliador, ahuyentaba cualquier fantasma y suprimía los miedos… aún los más
intensos como el de esa noche, que había sido más espantoso de lo normal. Pero
el calor de Jony, su presencia, su respiración, su sola persona era como una
luz que acobardaba a la oscuridad de mis miedos, y yo ya no temía más. Juan se
iba de mi balcón, arrastrando su palo que ya no tenía la sangre ni los cabellos
de Jony.
––Perdón…
––susurré enterrando la nariz en su pecho para aspirar su aroma.
––Shhh…
no te tenés que disculpar por nada, tonto ––me dijo mientras me acariciaba los
cabellos––. Es entendible, Ary.
Sí…
era entendible que mi inconsciente estuviera manifestando por la noche mis más
grandes miedos, los miedos que por un tiempo había creído simples fantasías de
una mente demasiado cansada y paranoica por la violencia vivida en mi primer
año en Argentina. Pedir perdón sería aceptable si acaso Juan siguiera
perfectamente vigilado en su libertad condicional, pero dado que dos semanas
atrás no se había presentado a su oficial y luego había desaparecido sin dejar
rastro… mis miedos no estaban tan infundados.